El estado vacunal, el sistema inmunológico y la propia genética puede influir en que haya personas que no desarrollen síntomas, aunque tengan el virus muy cerca.
“Mi pareja tenía covid y, aunque dormí con ella, yo no lo he pillado”. Esta frase la dice Ana, de 37 años, pero se repite una y otra vez con múltiples variaciones: hijos que no contagian a sus padres, abuelos a sus nietos, o contactos estrechísimos sin transmisión aparente. Pese a ser un patógeno sumamente infeccioso, el SARS-CoV-2 no es infalible. Múltiples razones, algunas seguramente por descubrir, explican por qué es frecuente que en un mismo hogar sin medidas demasiado estrictas haya quien enferme y quien no dé positivo.
No es nuevo. Ya desde los primeros meses de convivencia con la covid se comprobó cómo había personas mucho más transmisoras que otras, así como individuos que parecían naturalmente inmunes: por muy cerca que estaban del virus, no se contagiaban. El sistema inmunitario de cada persona funciona de una forma diferente y, tras siete olas (en España) y millones de vacunas inyectadas, el de cada uno puede estar en un momento muy distinto que haga diferente la reacción de su cuerpo ante el contacto con el virus.
No es raro que el sistema inmunitario rechace al patógeno cuando este accede al organismo, y no le dé lugar a acumular una carga suficiente para dar positivo en un test de antígenos, que son los que se pueden comprar en las farmacias. Esto puede suceder incluso con síntomas de por medio, que serían la reacción provocada por la inmunidad para defenderse del virus.
Otro caso: Enrique, de 76 años y con la cuarta dosis de la vacuna recién puesta, lleva unos días con síntomas de resfriado y haciendo una vida totalmente normal con Clara, su esposa, también con el segundo recuerdo de la inyección reciente. Después de unas noches con tos se hace una prueba y da positivo. Clara no desarrolla ni un leve signo de la enfermedad. ¿Ha pasado la infección sin darse cuenta? Es posible. Puede que incluso ella fuera la que contagió a Enrique. O que nunca la haya llegado a tener.
“Cuando la vacuna es muy reciente, es posible que los anticuerpos específicos neutralizantes hayan sido capaces de impedir que esa carga viral aumente”, explica Marcos López Hoyos, presidente de la Sociedad Española de Inmunología.
Las vacunas no impiden el contagio, pero sí reducen las probabilidades, especialmente en las semanas y meses posteriores a la infección. Estadísticamente, no es raro que, con las mismas dosis y exposición, unas personas se infecten, con o sin signos, y otras no. Y esto sucede con las vacunas, pero también con la respuesta inmunitaria natural, que es más efectiva si se ha pasado la enfermedad, y lo es aún más cuanto más cerca está ese evento.
José Antonio López Guerrero, catedrático de microbiología de la Universidad Autónoma de Madrid, explica que hay muchos factores implicados en un contagio: “Si estás vacunado (o infectado previamente), al volverte a infectar por las vías oro o nasofaríngea, tu sistema inmune puede estar armado muy eficientemente, desencadenar una respuesta efectiva y causar síntomas antes, incluso, de que tengas cantidad suficiente de carga viral como para dar positivo en un test de antígeno. O, incluso, no dar nunca positivo”.
También puede haber una variabilidad genética que haga a algunas personas incluso inmunes a la covid. No se ha descubierto ninguna mutación que haga esto posible, pero los científicos no descartan que salga a la luz con el tiempo, como ha sucedido con otras enfermedades, como el VIH o la malaria. Esto podría explicar los casos de algunos individuos que, pese a estar cerca del virus ola tras ola, nunca han dado positivo.
A todos estos factores, Juan Carlos Galán, jefe de Virología en el hospital Ramón y Cajal de Madrid, suma otro: la capacidad real de los test de detectar el virus. Para comprobar si ha llegado al organismo no valdría con una prueba de antígenos casera; sería necesaria una PCR, capaz de identificar incluso mínimas cargas virales. Los de las farmacias, pese a ser un buen predictor de la enfermedad en personas con síntomas, tienen un margen de error, que aumenta en las que no los presentan. Y, en muchos de los que se venden, su fiabilidad puede decaer con las nuevas variantes, ya que a medida que el virus evoluciona es posible que pierdan efectividad. “No están tan estudiados [como las PCR] y la toma de la muestra puede tener mucha variabilidad”, argumenta Galán.
¿Qué hacer ante un contacto?
Una situación frecuente, que sucedió en los ejemplos mencionados, es enterarse del positivo de alguien de la familia o de contactos muy estrechos tras varios días de síntomas, cuando ya ha habido mucha convivencia. En ese momento, ¿tiene sentido comenzar un aislamiento o medidas para evitar la transmisión, o la suerte está echada? Aquí tampoco hay respuestas inequívocas y todo se mueve dentro del terreno de las probabilidades y la precaución.
López Hoyos cree que al menos habría que tomar ciertas cautelas, como usar mascarilla, para evitar propagar el virus en el entorno. “En el momento que es positivo puede tener más carga viral y trataría de tener cierta protección”, argumenta. Su colega López Guerrero coincide y es lo que ha hecho en los dos casos en los que ha vivido una situación similar: “Todavía esa persona puede ser infecto-contagiosa y es mejor [hacer algo] tarde que nunca. Mi mujer dio positivo estando juntos y ese día se aisló. Y medio año más tarde di yo positivo y ella, que estaba en casa de su hija cuando me hice la prueba, se quedó allí una semana. Ni ella me contagió a mí, ni yo a ella”.
Galán es más contundente: “La transmisión es un evento probabilístico y, mientras no se demuestre lo contrario, el individuo que no está infectado debe evitar aumentar más las probabilidades de exposición. Por lo tanto, después de un contacto estrecho, el individuo expuesto debe vigilar su evolución, testarse y evitar más exposición a la fuente”.
Fuente: (El País) – Por Pablo Linde