Este momento de la carrera de Fito Páez es extraordinario. La celebración del 30 aniversario de El amor después del amor, su álbum más exitoso –y el más vendido de la historia de la industria discográfica argentina– se tradujo en ocho funciones con entradas agotadas en el Movistar Arena el año pasado y dos fechas más recientes en el estadio de Vélez, el mismo lugar donde, en 1992, fue presentado originalmente ese disco que también es para muchos el mejor de la extensa carrera del rosarino. 


Fito acaba de ganar tres Grammy con su último trabajo, Los años salvajes, y parece –esto quizás sea lo más importante– definitivamente instalado en el panteón de los grandes artistas populares argentinos, por masividad y por calidad de la obra. En ese contexto, la aparición de un serie dedicada a su figura era predecible: en el fragor de la guerra por liderar el mercado de las plataformas no solo se producen biopics de estrellas que ya no están entre nosotros (Freddie Mercury, Elvis Presley), sino que muchos artistas también pueden ver ellos mismos cómo la ficción imagina la vida que vivieron, como el caso de Luis Miguel y ahora el de Páez, por citar dos ejemplos. 

El músico argentino controló el proyecto de Netflix desde el principio. La serie está basada en su libro de memorias Infancia y juventud, que en principio tendrá una continuación. Queda claro que incluso un documental es el recorte –uno de los tantos posibles, además– de un relato, que la memoria nunca es cien por cien confiable, o que por lo menos no permanece todo el tiempo estable y que está sujeta a distintas determinaciones. Así que mucho menos se le puede exigir «rigor histórico» a una ficción.

No importan tanto los detalles en torno a la exactitud de algunos hechos en este relato parcial de la vida y la carrera de Fito, justamente porque más que reflejarlos a la manera un noticiero los transforma en función de la eficacia de una dramaturgia. El resultado quedó dividido en ocho capítulos de más o menos 40 minutos cada uno.
La historia de Páez tiene su propia épica, eso es indudable: el joven de clase media que nace con un talento y lo desarrolla a prudente distancia de la academia; el que viaja a la gran ciudad con aspiraciones de conquistarla y lo logra; el que sufre la brutalidad del mundo a través del asesinato de dos mujeres de su familia que adoraba; el que se gana el respeto de sus modelos y mentores, Charly García y Spinetta; y el que protagoniza incluso una historia de amor de película con Fabiana Cantilo, que en la serie tiene un peso relevante y una fortaleza indiscutible en la sorprendente interpretación de Micaela Riera.

Todo el elenco es sólido: Iván Hochman como Fito, Andy Chango como Charly, Julián Kartún como Spinetta y Campi como un padre melómano al que se le rinde un conmovedor homenaje. Pero Riera capturó mejor que nadie la gestualidad, el despliegue corporal y el temperamento explosivo y oscilante de la cantante.


Más allá del rigor y las licencias en la recreación de época o de los desniveles en el ritmo de la narración, la serie logra muchos momentos de alto voltaje emocional. Es cierto que esas sensaciones serán más vívidas para las personas cuya juventud coincidió con la de los protagonistas de la historia, pero esa empatía generalizada que esta ficción consiguió –probada en la entusiasta celebración en las redes sociales que se detecta desde su estreno– también se explican porque logra contagiar un clima de época bien logrado: los años de la aparición en escena de Fito fueron explosivos en Argentina. Los 80 de la efervescencia cultural postdictadura que un joven desgarbado, con melena desprolija y gafas de nerd vivió a pleno hasta desembocar en un disco histórico que lo elevó al estatus de estrella. Años que muchos añoran y El amor después del amor devuelve a la memoria con candor y nobleza.

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