El cierre de listas postergó la discusión en el peronismo y aceleró los tiempos en La Libertad Avanza. La experiencia Somos, su proyección nacional y el espejo del centrão brasileño.

Por Iván Schargrodsky
El cierre de listas en la provincia de Buenos Aires espiralizó una tendencia que se viene advirtiendo en nuestro país hace años. Una porción mayoritaria de la población probablemente ni se haya anoticiado del evento y mucho menos de quiénes son los candidatos. Es este universo el que preocupa tanto al peronismo como a La Libertad Avanza –el de potenciales ausentes– porque creen, ambos, que la concurrencia a votar difícilmente supere, en el mejor de los casos, el 60%. Luego aparecen quienes sí están al tanto del desdoblamiento, pero por rechazo a la política podrían sumarse al primer convoy y, por último, alrededor de un tercio de los bonaerenses que consolidan los rígidos de las principales fuerzas.
Sin embargo, para todos los argentinos, la tensión vivida hasta ayer a la noche –donde terminó de cerrarse el acuerdo en Morón entre Lucas Ghi y el sabbatellismo– tiene una enorme relevancia porque pone de manifiesto una de las novedades más importantes de los últimos 20 años en la política argentina –tal vez a la par de la irrupción de Javier Milei– que es la discusión por la conducción del peronismo. Si bien en Fuerza Patria –tal es su nomenclatura frágil, provisoria y bonaerense– todos los actores celebran que “primó la racionalidad”, el debate de fondo se postergó.
Las versiones sobre una posible ruptura en el peronismo aparecieron con más fuerza luego de las seis de la tarde del sábado, lo que es una práctica habitual –la advertencia, el juego psicológico– en todos los cierres de listas. Hubo un aspecto, al menos, que en este caso le agregó verosimilitud a esas versiones. El Movimiento Derecho al Futuro armó listas paralelas como plan B en caso de ruptura, que nunca se presentaron ante la Justicia Electoral. Listas huérfanas porque nadie las reconoce.
Los más rencorosos compartieron en sus chats una publicación de un militante peronista de La Matanza llamado Pablo Ayala, que contó –y adjuntó una foto con Veronica Magario a la que se le sobreimprimió la leyenda “fake”– con bastante detalle, el recorrido hasta firmar como diputado número 12 del MDF en la tercera sección electoral. “Crónica de 48 horas dignas de un cuento de Soriano”, tituló Ayala la publicación. “El día sábado el hígado me volvió a jugar una de sus malas pasadas y me tenía en cama y con fiebre”, comienza el relato que, tiene razón Ayala, parece un cuento de Soriano.
Este ejemplo podría graficar los problemas epocales de un peronismo que parece obstinado en rollear las discusiones para explorar cuánto más tiene para dar el ciclo político iniciado en 2003, mientras juega con la expectativa de que la crisis económica generada por el Gobierno devuelva a la sociedad –o, al menos, a los bonaerenses– a los brazos del justicialismo. Una “estrategia” riesgosa, con chances de éxito porosas, pero sin ninguna posibilidad de “volver a representar” como pidió Cristina Fernández de Kirchner.
Como el cierre de listas para las nacionales ocurrirá antes que las elecciones bonaerenses, la composición consolidada ayer puede anticipar algunos movimientos de cara a octubre. Ante su círculo cercano, Sergio Massa asegura que no será candidato. El otro nombre fuerte, en caso que el tigrense no acepte, es el de Máximo Kirchner. Federico Achával, intendente de Pilar, suena como síntesis, pero con un pasivo que es la necesidad de instalar un nombre y una cara para una elección con Boleta Única Papel en medio de una apatía y desinterés social por la política con pocos antecedentes. A menos que medie un cisne negro, Guillermo Moreno también formará parte de la lista nacional en un puesto entrable.
Anoche, luego de un fin de semana frenético, algunos kirchneristas bonaerenses se permitían el privilegio del humor. “Nosotros somos impresentables, pero ellos no pasaron con la ambulancia sino con el camión de Manliba”, se reía un operador de la primera en diálogo con #OffTheRecord. Los más jóvenes probablemente no sepan que la referencia invoca a la empresa de recolección de residuos en la Ciudad de Buenos Aires que, durante los años 90, compró el Grupo Macri. La evocación, sin embargo, no tenía que ver con una cuestión política sino técnica. Los peronistas residuales que coparon las listas de LLA son mencionados así, no por haber quedado afuera del PJ sino por su definición de diccionario: cualquier material que su productor o dueño considera que no tienen valor suficiente para retenerlo.
Esa composición de listas “libertarias” alcanzó su epítome con el ejemplo del abogado Pablo Morillo, candidato a diputado provincial por la Segunda Sección electoral, que en un video de 2021 hace un elogio desmedido a Axel Kicillof y habla de sus condiciones para ser presidente. En aquel momento, Morillo era director de Logística y Servicios Auxiliares de la gobernación bonaerense donde estuvo hasta diciembre de 2024 cuando asumió una dirección en el Ministerio de Economía de la Nación.
El caso, indudablemente gráfico, le sirvió a Las Fuerzas del Cielo para impugnar en redes sociales –con menor énfasis que el habitual– el armado de Sebastián Pareja en la provincia de Buenos Aires. El argumento de Karina Milei, con lógica, era que Santiago Caputo tenía grip sobre toda la administración pública y ella podía disponer de la estrategia electoral: “Vos tenés el gobierno, yo el partido”. Luis Caputo, la economía. ¿Y Milei? Una discusión menor. Esa diferencia fue la que tensó el vínculo entre Bambi y el karinismo previo al cierre. “Si no nos quieren dar lugar a nosotros, no hay problema, pero no pongan otra vez kukas en las listas”, era el argumento del asesorísimo. Tarde. Habrá que ver si esos kirchnerista recuperados abrazan las ideas de la libertad como hizo el exembajador en Brasil de Alberto Fernández, Daniel Scioli, o el exrepresentante en el BID, también durante el gobierno del doctor Fernández, Guillermo Francos, o la excamporista Leila Gianni. Es una incógnita.
El cierre de LLA, entonces, tuvo muchos problemas por lo visible –los nombres–, pero también por lo que no pudo evitar: el armado de Somos Buenos Aires y similares que, en el total bonaerense, parece perjudicar más al oficialismo nacional que al provincial, excepto en un caso muy emblemático que es la primera sección electoral donde Julio Zamora será el candidato que compita contra el ministro bonaerense Gabriel Katopodis y el intendente de Tres de Febrero, Diego Valenzuela. Zamora viene de lograr algo que, por la vorágine nacional, no se terminó de poner en valor en su momento. Le ganó en 2023 la interna en Tigre a Malena Galmarini contra el aparato del entonces superministro Massa. Una anomalía absoluta.
En la Segunda Sección, el exintendente de San Nicolás, Manuel Passaglia –sucedido por su hermano Santiago– encabezará la lista a diputados provinciales por el partido HECHOS, lejos del peronismo y los libertarios, pero también de Somos aunque, por su pasado inmediato –encuadrados en la candidatura de Patricia Bullrich a presidente–, probablemente compartan más electorado con Milei que con Kicillof. Passaglia (M) estará acompañado por María Paula Bustos, del armado del intendente de Pergamino, Javier Martínez, que abandonó el PRO luego de la alianza con LLA y se sumó al espacio de los nicoleños.
En la Tercera, un acuerdo entre el peronismo y la UCR podría darle a Fuerza Patria el aire que probablemente pierda por la elección de Pareja para LLA. El metier del excomisario Maximiliano Bondarenko parece apuntar a la que es la principal preocupación que Cristina le había transmitido en su momento a Kicillof: la inseguridad. Lo que podría diluir el impacto es la presencia del radical Pablo Domenichini en la cabeza de la lista de Somos para diputados provinciales. Un caso similar en la cuarta donde el intendente de Junín, Pablo Petrecca –en un caso análogo a Martínez–, rompió con el PRO después de la capitulación ante los libertarios e irá como primer candidato a senador bonaerense.
El cierre de listas también contiene un mensaje para los gobernadores. La puesta en valor de su peso nacional como una maquinaria destinada a maximizar su capacidad negociadora, la posibilidad de constituir un bloque no ideológico, basado en avanzar sus intereses materiales y obtener condiciones para sus territorios. A imagen del centrão brasileño, que ensayaron en sus auxilios legislativos al oficialismo, quedó objetivamente enfrentada a la estrategia que marca el triunfo interno de los Menem (Martín y de su tío Eduardo “Lule”) y, en general, de la mirada de Karina.
¿Por qué ir en auxilio de quien busca hacerse de tu trono? El cierre del frente Somos en la provincia de Buenos Aires, antes que un ejercicio de centrismo, es uno de diversidad de miradas y procedencias que se toleran en función de maximizar su posición de representación en los ámbitos institucionales existentes. Es difícil no pensar que, ante la elección nacional, los gobernadores van a desarrollar sus propias estrategias electorales no sólo para preservar el poder en sus provincias, sino también para maximizarlo a nivel nacional. Las alianzas y frentes que integren, al menos la enorme cantidad de ellos que se encuentran autonomizados, probablemente reflejen ese poder que puede significar la llave de lo que pasa y lo que no por el Congreso. En la hipótesis más optimista para los mandatarios provinciales, podría seguir incluyendo, en algunos escenarios, hasta la capacidad de veto presidencial.
Para valorar la posición de los gobernadores del interior y su capacidad de generar posiciones comunes y maximizar su propia renta, es útil volver a la experiencia bolsonarista en Brasil. Bolsonaro llegó al poder como un outsider, un distinto sin vinculaciones con la clase política brasileña –aunque llevaba, al momento de su despegue, 20 años en el Congreso– que venía a moralizar la política e implementar una versión extrema del capitalismo en Brasil, y, lejos del rápido colapso que pronosticaban algunos ante la proliferación de figuras y posiciones grotescas en su gobierno, con su no reelección probó también un nivel de resiliencia que incluye una base de apoyo ancha y extendida. Su ejercicio del poder presidencial, sin embargo sólo fue viable por la aceptación de un rol limitado por el Poder Legislativo y la necesidad de negociar con la casta brasileña.
El Congreso brasileño obtuvo durante los años de Bolsonaro facultades presupuestarias, de participación en las decisiones de cuantía y destino del gasto nacional absolutamente inéditas. Las leyes que envió el Ejecutivo -particularmente las vinculadas a la agenda económica- fueron generalmente aprobadas, pero deformadas a un extremo que las volvió difícilmente reconocibles. El centrão fue el protagonista de este engrandecimiento del rol del Congreso, condicionando el apoyo al presidente a la obtención de más y más concesiones de su parte.
La debilidad institucional objetiva de un presidente sin mayorías parlamentarias fue explotada al máximo. Para Bolsonaro, sin embargo, aquello rindió. Es difícil recordar, pero también exagerar, la percepción de vulnerabilidad y descontrol en que se encontraba la administración en el pico de la pandemia, con un presidente que se oponía abiertamente a las vacunas y las medidas sanitarias, y las especulaciones extendidas sobre un posible juicio político contra un mandatario al que las encuestas ponían en el subsuelo en términos de aprobación neta. El Congreso salvó su posición y exigió un precio sumamente alto a cambio en términos de traslado del poder del Ejecutivo al Legislativo y, por su intermedio, al centrão, el bloque corporativo de la clase política, aideológico, y territorial.
La tentación de los gobernadores de valorizar su Poder Legislativo en el espejo brasileño aparece objetivamente enfrentada con la elección estratégica del Gobierno de fortalecer presencias y candidaturas propias. No sólo por las eventuales consecuencias en las propias provincias, sino porque su rol se vuelve cada vez más indispensable en la medida en que el gobierno sea débil. Con esta lógica, es esperable que las bases legislativas del programa económico sigan recibiendo golpes de parte del Congreso en los meses venideros, aunque atendiendo a un esquema en el que la situación se doble pero no se rompa. Recién después de octubre será tiempo de barajar y dar de nuevo. Apenas una victoria –que obligaría a cierta subordinación– o una derrota –que los pondría a negociar de forma privilegiada con quien sea el próximo– podría modificar radicalmente la posición de los gobernadores. En cualquier escenario intermedio, digamos, de 35 a 40 puntos nacionales para el oficialismo. Las capacidades de coordinación para ejercer dosis mayores de poder en los últimos dos años de gobierno serán enormes y libres de condicionamientos políticos o ideológicos claros. Sería el máximo triunfo de “la casta” desde el regreso de la democracia. Paradójicamente, gracias a las elecciones de los Milei. (Cenital)