En una ceremonia que se celebró en la Basílica de San Pedro y que contó con la presencia del presidente Javier Milei, el sumo pontífice canonizó a María Antonia de Paz y Figueroa y la convirtió en la primera santa de nuestro país.

Tres meses y medio después del anuncio que hizo el Vaticano el 24 de octubre de 2023, este domingo el papa Francisco canonizó a María Antonia de Paz y Figueroa, conocida popularmente como Mama Antula, y la convirtió en la primera santa argentina. La ceremonia comenzó a las 5.30 (hora argentina) y contó con la presencia del presidente Javier Milei, quien se acercó a la Basílica de San Pedro para presenciar el histórico momento.

Luego de leer el Evangelio, el sumo pontífice desarrolló la celebración Eucarística dedicándole unas palabras a la laica consagrada cristiana: «Involucró a un sinfín de personas y fundó obras que perduran hasta nuestros días. Pacífica de corazón, iba ‘armada’ con una gran cruz de madera, una imagen de la Dolorosa y un pequeño crucifijo al cuello que llevaba prendida una imagen del Niño Jesús. Lo llamaba Manuelito, el ‘pequeño Dios con nosotros’».

Y añadió: «Tocada y sanada por el ‘pequeño Dios de los pequeños’, al que anunció durante toda su vida, sin cansarse, porque estaba convencida, como le gustaba repetir, de que ‘la paciencia es buena, pero mejor es la perseverancia’. Que su ejemplo y su intercesión nos ayuden a crecer en la caridad según el corazón de Dios«.

De esta manera, fue la tercera vez que el actual líder de la Iglesia Católica transformó en santo a una persona con nacionalidad de este país. El primero fue José Gabriel «Cura» Brochero, nombrado en 2016, mientras que el segundo fue Artémides Zatti, que lo logró en 2022.

https://youtu.be/5j9eVdM1Nlk?si=okcNxmnrfaQsgyNv

La lepra, protagonista en la lectura del domingo

Antes de canonizar a Mama Antula, Francisco presidió la misa leyendo el Evangelio. Allí, el argentino tocó el tema de la lepra y la marginación, «dos males de los que Jesús quiere liberar al hombre que encuentra en la narración».

«Aquel leproso se ve obligado a vivir fuera de la ciudad. Frágil a causa de su enfermedad, en vez de ser ayudado por sus compatriotas es abandonado a su suerte, y se le hiere aún más con el alejamiento y el rechazo. ¿Por qué? Ante todo, por miedo, por el miedo a ser contagiados y terminar como él… Después, por prejuicio: ‘Si tiene una enfermedad tan horrible seguramente es porque Dios lo está castigando por alguna culpa que haya cometido; y entonces, claramente, se lo merece’… Y, finalmente, la falsa religiosidad. En aquel tiempo, se consideraba que quien tocaba a un muerto se volvía impuro, y los leprosos eran gente a quienes la carne ‘se les moría encima’. Por tanto, se pensaba que rozarlos significaba volverse impuros como ellos. Esta es una religiosidad distorsionada, que crea barreras y sepulta la piedad», comenzó el sumo pontífice.

Siguiendo la misma línea, explicó que no hay que pensar que «son sólo cosas del pasado». Y añadió: «Cuántas personas que sufren encontramos en las aceras de nuestras ciudades. Y cuántos miedos, prejuicios e incoherencias, aun entre los que creen y se profesan cristianos, contribuyen a herirlas aún más. También en nuestro tiempo hay tanta marginación, hay barreras que derribar, ‘lepras’ que sanar».

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