Una serie, el precio de las empanadas, la habitual represión a jubilados y una Justicia que se debate entre Makintach y Lago Escondido, en un contexto de violencia comunicacional como eje de gestión.

Por Alberto López Girondo
A medida que las propuestas del Gobierno se hacen cada vez más claras para gran parte de la sociedad, su política comunicacional destila más violencia. Mientras que sus aliados mediáticos se unen sin titubear a la «trolera del Ministerio del Odio» −financiada con fondos públicos− para denostar a quien se interponga en el camino apelando al bullying y un nivel de banalización del mal que horrorizaría a la misma autora de ese concepto, la filósofa Hannah Arendt.
Sin embargo, habrá que reconocer que no es un despliegue de horrores sin ton ni son, sino que obedece a una estrategia destinada a modificar las mentes de los ciudadanos bajo la premisa de que «la economía es el método, pero el objetivo es cambiar el corazón y el alma», según explicó en su momento la ex primera ministra británica Margaret Thatcher, uno de los personajes de cabecera del actual presidente argentino. El otro pilar del neoliberalismo que sostenía la lideresa ultraconservadora que aprovechó la guerra de Malvinas para consolidarse en el poder es: «No existe tal cosa como la sociedad, existen solo los individuos».
Argentina entró en una etapa clave de la batalla cultural que impulsa el régimen paleolibertario por dos motivos coincidentes: por un lado, el Gobierno quiere mostrarse como el ganador de una suerte de plebiscito luego del resultado de la elección porteña. Pero al mismo tiempo, las secuelas de lo que removió la primera temporada de la serie El Eternauta avivó esas ideas de comunidad que parecían adormecidas por el bombardeo mediático. No es casual que algunos de esos personajes que ofician de publicistas oficiales desde las pantallas televisivas se sumaran al repudio o incluso a pedirle a su audiencia que no vieran el notable éxito internacional de la plataforma Netflix.

Todo recrudeció cuando el protagonista de la serie basada en la historieta de Germán Oesterheld, desaparecido por la dictadura cívico-militar en 1977, se hizo presente en el programa de Mirtha Legrand junto con uno de los guionistas y actores, Ariel Staltari, y cuestionó la situación económica que viven millones de argentinos con un comentario sobre el precio de la docena de empanadas. Pocas veces se vio un ataque más furibundo contra una persona en las redes y programas de tevé que se autoperciben periodísticos como el que padeció Ricardo Darín estos días. El ministro de Economía, Luis Caputo, fue el primero que la emprendió contra el actor, descalificándolo, y el propio presidente siguió sus pasos días después acusando a Darín de «ignorante y operador berreta».
Si bien el propio actor explicó que hablaba de la marcha de la economía y ni siquiera culpaba al actual Gobierno, el economista Hernán Letcher adujo que el trivial debate sí era por el precio del clásico y práctico alimento nacional. «El debate es por la calidad de vida. Lo que plantea el Gobierno es que no corresponde que sigas comprando lo que querés o lo que te gusta, sino lo que puedas». Para corroborar este aserto, el también economista Juan Carlos de Pablo, asesor presidencial, le dijo al periodista Ari Lijalad que «uno puede elegir consumir alimentos de menor calidad» y reconoció que la baja en esa calidad de vida no es para todos.
Se podría argumentar también que la cuestión de fondo tal vez ni siquiera sea el precio de las empanadas, la marcha de la economía o la calidad de vida, sino enlodar al autor del comentario −uno de los más respetados actores argentinos a nivel mundial− y hasta desacreditar la emisión de la futura segunda temporada de la serie, ya anunciada por la plataforma. Una señal de que el mensaje póstumo de Oesterheld, «Nadie se salva solo», tan enfrentado con el de Thatcher, caló hondo. Tan es así que este miércoles la premisa para sumarse a una masiva manifestación de científicos en reclamo de mayor presupuesto para el Conicet fue ir vestido como los personajes que en El Eternauta padecen la nieve tóxica.
Lo trivial como bandera
No tan lejos del Polo Científico, donde se hacía ese reclamo, en la Plaza de los Dos Congresos, los jubilados sufrían otra brutal represión por parte de las fuerzas federales que se ensañaron especialmente con periodistas, y en esa tropelía un uniformado arrojó gas pimienta a los ojos al fotógrafo de Tiempo Argentino, Antonio Becerra. La diputada Lilia Lemoine banalizó la agresión a la prensa con ese estilo que la llevó a la fama en X al recordar que era el mismo fotoperiodista que había buscado intimidar el ministro sin cartera Santiago Caputo. Con lo cual Lemoine admitió veladamente que lo del funcionario que integra el «trípode de poder presidencial» sí fue una amenaza.
A estos rasgos de trivialización de la peor cara de la política vernácula actual se agregaron dos hechos también simultáneos que marcan la degradación paralela del Poder Judicial. Uno de ellos es el escándalo en el juicio por la muerte de Diego Maradona, cuando se descubrió que la jueza Julieta Makintach no era ajena a la realización de un video sobre el proceso que se estaba sustanciando en los tribunales de San Isidro. La magistrada, proveniente de una familia judicial de raigambre en ese distrito, primero negó su participación como protagonista del documental Justicia divina, pero luego no tuvo más remedio que aceptar, primero la recusación y luego someterse a una suspensión de 90 días.
Apenitas oculto bajo el escándalo Makintach se deslizó la decisión del Consejo de la Magistratura de enterrar una investigación contra los magistrados que viajaron a la mansión de Lago Escondido del magnate británico Joe Lewis, en Bariloche, con gastos pagos por un medio de comunicación. En un caso de gravedad institucional como ese, el organismo que debe velar por la integridad y el buen discernimiento de los encargados de hacer cumplir la Constitución y las leyes argumentó −por una mayoría ajustada, hay que decirlo− que el hecho salió a la luz mediante el hackeo del celular de uno de los viajeros, aunque también hay videos que prueban la presencia de los «togados» en el aeropuerto en las horas y los días indicados.