La última encuesta D’Alessio IROL / Berensztein revela un clima social más oscuro, con caída del poder adquisitivo y un creciente rechazo al Gobierno, incluso dentro de su propio electorado. Entre inflación, salarios licuados y miedo al futuro, Milei enfrenta un escenario electoral cada vez más incierto. 

El relato oficial de victoria sobre la inflación choca de frente con la realidad de millones que recortan hasta salidas y ropa para poder pagar luz, gas y comida. Un 53% califica negativamente la gestión de Javier Milei, mientras la sombra de la decepción se filtra, incluso, en los votantes libertarios. El dólar, los gobernadores y la grieta social suman tensión a una economía que amenaza con dejar sin aire la estrategia política del Gobierno.

La apuesta política de Javier Milei, esa épica libertaria de redención vía motosierra y ajuste brutal, empieza a resquebrajarse. Y no lo dice la oposición ni algún think tank sospechado de kirchnerista: lo grita con números la última edición del Monitor del Humor Social y Político que D’Alessio IROL/Berensztein realizó para El Cronista. Una encuesta que, aunque oficialistas prefieran barrer bajo la alfombra, funciona como espejo incómodo de un país que no se traga más slogans mientras el changuito del súper queda cada vez más vacío.

Los datos son un mazazo para la Casa Rosada. Por primera vez en lo que va del año, tanto la percepción de la situación actual como la del futuro económico registran más respuestas negativas que positivas. No se trata solo de la oposición, que obviamente ve todo negro: el 25% de quienes votaron a Milei en el ballotage también empieza a torcer el gesto. Y si algo debería encender luces rojas es que el 53% de los encuestados asegura que hoy está peor que hace un año. Un dato que perfora el relato oficial de estar “venciendo a la inflación”.

Y sí, puede que el Gobierno logre frenar la suba de precios, pero la gente siente que el sueldo no alcanza ni para arrancar. Mientras Milei se ufana de bajar la inflación, los salarios formales, según la Secretaría de Trabajo, siguen corriendo detrás. Entre enero y abril retrocedieron en términos reales, y la consultora C-P calcula que en mayo ya acumulaban una caída del 5,5%. En la calle, la matemática es más simple: ganás menos, gastás más y vivís peor. Esa es la cuenta que está hartando incluso a parte del voto libertario.

El impacto es feroz en el bolsillo. Apenas un 22% declara estar conforme con lo que puede comprar hoy con su sueldo. Y el 63%, incluyendo a un 40% de los votantes de La Libertad Avanza, se muestra disconforme. Es decir, ni siquiera quienes le dieron el voto a Milei encuentran consuelo en el relato del superávit fiscal o las conferencias económicas en inglés. Porque al final del día, cuando la heladera está semivacía, ningún discurso alcanza.

Ese desencanto se traduce en un ajuste personal. El verdadero ajuste, el más duro, es el de las familias que deben priorizar qué pagar: primero los servicios esenciales —luz, agua, gas, internet—, después la comida, y más abajo salud, tarjeta de crédito y alquiler. La estadística también revela que casi todos están recortando salidas, teatro, restaurantes y hasta ropa. No porque se volvieron austeros por convicción libertaria, sino porque no les queda otra. Eduardo D’Alessio lo sintetiza sin anestesia: “Es justo apreciar que hay un corrimiento de consumo de gastos corrientes hacia semi durables. O sea, el pago de cuotas de autos, casas o viajes ha reducido algunos consumos cotidianos”. Traducido: hay quien todavía sostiene la ilusión de comprar un auto, pero se resigna a quedarse en casa comiendo fideos.

La otra cara de esta película se ve en el ranking de preocupaciones. Aunque la inflación sigue pesando (45%), es la incertidumbre económica la que trepa al segundo lugar (59%), apenas detrás de la inseguridad (68%). Es que, en el fondo, el terror ya no es solo lo que cuestan las cosas, sino no saber qué vendrá mañana. Y la percepción de que nadie tiene un plan real para sacar al país del pozo, menos todavía un Gobierno que predica libertad mientras deja librada la vida diaria al sálvese quien pueda.

Este humor social erosionado ya le pasa factura a la imagen de Milei. El 53% califica negativamente su gestión. Sí, el libertario mantiene a buena parte de su núcleo duro, pero le cuesta horrores sumar votos fuera de esa burbuja. Y con un calendario electoral en el horizonte, la falta de “conversión” de opositores es un talón de Aquiles que el oficialismo no logra resolver. Su narrativa disruptiva, tan eficaz en campaña, empieza a chocar con la realidad de una economía que no cierra para nadie salvo para los grandes exportadores o el sistema financiero.

Como dato curioso —y que exhibe las fisuras internas—, Guillermo Francos, el más moderado del Gabinete, se trepa al podio de imagen positiva con 44%, empatado con Patricia Bullrich. Ambos superan al propio presidente, a Luis Caputo y a José Luis Espert. Signo inequívoco de que, hasta dentro del oficialismo, la figura de Milei comienza a perder magnetismo. Es un síntoma de algo más profundo: el relato mesiánico empieza a encontrar límites ante la crudeza de la vida real.

Del otro lado de la grieta, Axel Kicillof se sostiene firme como líder opositor en Unión por la Patria, con 75% de imagen positiva entre su electorado y 34% en términos generales. Cristina Kirchner, en cambio, se mantiene en un plano bajo, con 60% solo entre votantes de UxP y apenas 27% en el total. Un reflejo de cómo el tablero político sigue mutando, aunque no necesariamente en favor del Gobierno. Ni siquiera el hecho de la prisión de la ex presidenta alteró demasiado esa percepción, una muestra de que, en la Argentina, la política es una telenovela pero con capítulos que siempre se repiten.

Mientras tanto, la tensión con los gobernadores crece y el Congreso se vuelve campo minado para cualquier intento de reformas profundas. La triple Nelson que Milei quiere aplicar a la economía —ajuste fiscal, dólar libre y motosierra al gasto— amenaza con asfixiar no solo a la oposición, sino a su propia base social. Y lo que parecía el camino libertario hacia la salvación empieza a mostrar grietas profundas, al compás de un humor social que deja de ser mero dato estadístico para convertirse en una bomba de tiempo política.

Porque, guste o no, la economía no es un excel ni una cadena de tuits. Es la angustia de no llegar a fin de mes, la bronca de tener que resignar salidas con amigos, la impotencia de ver cómo cada mes cuesta un poco más llenar el changuito. Eso es lo que empieza a horadar el apoyo a Milei. La motosierra puede cortar muchas cosas, pero difícilmente pueda serruchar el malestar social que, hoy por hoy, amenaza con convertirse en el verdadero gran adversario del Gobierno en las urnas.

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