Cuando tradicionalmente tratábamos de ofrecer informes periodísticos sobre el estado de la cultura, nos proponíamos siempre reconocer, tanto a nivel nacional como federal, la situación de los diversos gobiernos de la cultura, sus presupuestos, las políticas públicas, la institucionalidad vigente, la existencia de Ministerios de Cultura o Secretarías de Cultura y la legislación cultural que requería ser implementada.

Por Juano Villafañe

Hoy estamos viviendo un estado político inédito en nuestro país: el intento de eliminar con Decretos de Necesidad y Urgencia las instituciones fundamentales de la cultura argentina. Ya no estamos discutiendo los presupuestos y las políticas culturales sino el desmantelamiento del conjunto del sector cultural y sus instituciones.


La situación cultural la tenemos que abordar integralmente considerando temas políticos, sociales, económicos y entender a la cultura más allá de las formas tradicionales que hacen a lo artístico literario o las bellas artes. Estamos afrontando una nueva etapa política en el país en la que se pretende instalar radicalmente un modelo ultraderechista neoliberal con la idea de terminar con la puja distributiva y con las conquistas históricas de los trabajadores, imponiendo una gran devaluación, transfiriendo brutalmente riqueza a los sectores más concentrados de la economía, privatizando todos los servicios y la producción nacional. Para garantizar la aplicación de estas políticas se instala un «protocolo de seguridad» totalmente represivo. Estamos afrontando un Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) que es anticonstitucional, antidemocrático, y muy desprolijo en sus formas y posibles aplicaciones. A ello se agrega el Proyecto de ley Ómnibus que atenta contra la Constitución.

Batalla digital

En relación con la vida de las instituciones culturales, se pretende eliminar por decreto o desfinanciar: el Fondo Nacional de las Artes, el Instituto Nacional del Teatro, el Instituto Nacional de la Música, el Instituto Nacional del Cine y la vida del Consejo Nacional de Bibliotecas Populares y el conjunto de la Bibliotecas Populares. Las industrias culturales se verán afectadas por diversos motivos como ocurre con la Industria del Libro y la Ley de Precio Único del Libro. Al desregular los sistemas de comercialización y abrir las importaciones sin ningún tipo de control, las industrias culturales nacionales quedaran totalmente desprotegidas.
Seguramente la situación que deberá afrontar cada industria y cada instituto de cultura será distinta según la disciplina de la que se trate, pero el resultado será desastroso para todos. También vale aclarar que el mantenimiento de los institutos de cultura prácticamente no impacta en los gastos fiscales, y que la producción cultural en su conjunto aporta significativamente al Producto Bruto Interno, genera trabajo y mantiene una alta movilidad social en todos sus circuitos.


Como siempre ocurre en las grandes crisis, estamos ante la oportunidad de realizar profundas autocríticas sobre los motivos por los cuales hemos llegado a la situación en la que estamos. Creo que el conjunto del sector político nacional no atendió diversos temas relacionados con las nuevas formas culturales mediante las que se estaba expresando la sociedad.


Algunos de los temas (porque las variables culturales que están en juego son muchas) tienen que ver con la gran mutación cultural tecnológica que estamos viviendo, lo que produce una suerte de desterritorialización del ciudadano que no logra vincularse afectivamente con el barrio, el municipio o la comuna; las redes sociales lo disocian de la vida cotidiana y de sus vínculos tradicionales con la política y las organizaciones sociales.

No fuimos inteligentes en relacionar a las redes con el territorio y con las organizaciones básicas de la política. No hemos trabajado como corresponde en el uso e interpretación del rol de las redes y cómo impactan en el ciudadano. En el campo semiótico no llevamos adelante las diferenciaciones que existen entre las distintas subjetividades individuales, el significante vacío y las cargas de los falsos contenidos que han sido utilizados por la derecha política para conquistar voluntades electorales pasajeras, pero que permiten ganar elecciones.

En el campo de la disputa simbólica, sobre lo que representa el Estado, hemos perdido la batalla: para el imaginario del hombre común el Estado no lo representa, no se siente defendido y protegido por el Estado y se puso en duda por lo tanto su rol. Entre otras batallas, se ha perdido la batalla digital, la batalla semiótica, la batalla simbólica.
No existió tampoco una comunicación disruptiva que nos permitiera salir de los círculos viciosos; no alcanza con escribir o comunicarse con los que están totalmente convencidos, hay que pensar en nuevos modelos que permitan incluir la diversidad ideológica y social, hay que pensar en toda la sociedad en su conjunto y también en sus particularidades. En lo generacional no comprendimos las nuevas condiciones del goce político que los jóvenes ven en las formas más irreverentes y contestatarias. En general el campo político nacional se ha hecho más conservador en las maneras de comunicarse con la sociedad.

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