Rodeado de periodistas afines y aduladores de todo tipo, el presidente electo modera su pirotecnia discursiva y encuentra un campo fértil en la televisión.

«Me voy recibiendo de periodista», dice Yuyito González en Empezar el día, con una mirada a cámara hecha de ojos celestes que ya encandilaban al Patilla de los primeros 90, más mujeriego que Perón, como se decía. Javier Milei es más tímido, juega de falso modesto. Se sabe que avanza como quien retrocede, como se lo vio en ese living del canal Magazine, que hasta hace poco tenía como anfitriona a Carmen Barbieri en Mañanísima. Yuyito le sostuvo la mano, espetándole algo que sonó militante: «Fachero, te dije, facha, eh, facha». Con eso entraba a la terra mítica de «los fascinados por un presidente», la casta de los seducidos de turno que siempre comprenden y tratan como gran señor, en este caso, al «Melena» o el «Loco», que hace la transición al poder –como le decía Neustadt a Menem– mutando a «rubio de ojos celestes», rasgos que en este caso ya habitaban en su fisonomía.
«Está lindo, qué querés que te diga», insiste Yuyo, y su mano cae bien cerca del muslo derecho del electo, hoy trajeado –vaya excepción–; ella fantasea con volver a las revistas del corazón, como allá lejos en los 90, cuando se la señalaba como a tantas por las visitas subrepticias a Olivos. Hoy, reincidir sería demostrarse sin edad, tan lozana y fresca la piel de germanota de voz chiquita, bañada en leche, blanquísima. «Rockero, bonito», y qué más le podría haber dicho esa mañana en que lo consagró sexy, justo a él que de metrosexual tiene poco, y que admite no haberse vuelto a peinar desde los 14.

Omnímodo y furioso

Ya se advierte una verdad todavía intolerable: su punctum, esa mirada de siberian husky penetrante y la máxima tensión mandibular delatando ese ataque de posesión pre-Intratables, pre-Fantino, serán omnipresentes durante los próximos años. Goza la pantalla esta aparición del carisma actoral en un líder político: la imagen espectacularizada del poder que se reitera más como gesto que como discurso. «Hiperinflación», «¡Estafa moral!», «¡Robo a mano armada!», clama, más tibio, frente a los periodistas de su círculo, permitiendo que asome un leve resabio de la explosión precampaña que tanto y más sedujo que el amansado «gatito», predicho por Myriam Bregman.
Resulta vintage hacer el ejercicio que nos propone YouTube y que nos retrotrae al Incorrectas, de América, con Moria Casán preguntándole: «¿Te masturbás mucho?», y dando pie para que el presidente electo entrase en abierta disertación sobre sus demoras coitales durante el sexo tántrico. Más acá en el tiempo, hace días, esa contigüidad con la investidura los aleja del humor y la irreverencia y los exhibe –a los periodistas y artistas de la nueva ola mileísta, ya configurada previo a la asunción– en la rama del «conmovido» o el «tocado», como el chico que lo abrazaba entre lágrimas en una reciente caravana proselitista, y entraba en histeria cuando Él le sonreía.

¿A quién le sigue pareciendo no dirigida, espontánea, su exacerbación pseudo-judaica, su visita a la tumba del Gran Rabino, su mega-kipá, entrando en una peligrosa apropiación de símbolos rumbo a la construcción de falsas deidades? Llora, como en un templo evangélico, el Pelado Trebucq en aquella emisión de A24, postelecciones generales, y se conmueve ante un Milei que «estudió y se rompió el orto». Y el Peluca le devolvió la gentileza durante el apretón de manos: «Sos un señor periodista», dijo el señor presidente, durante la semana de la proclamación de los elegidos en una nueva época.
«¿La maquinita se termina?», se escucha. «No tiene que existir más la maquinita», sentencia. Así, en una rutina de pregunta servida para la impasible respuesta del «Loco» hoy devenido cauto; del espontáneo escandalizador de Intratables al repetidor de consignas maquinales a las que se augura corta vida retórica. El Pelado, Fantino, Majul: lo escuchan sin interrumpir cuando anuncia la continuidad de la inflación por otros «18 o 24 meses». El Pelado asiente y Él arroja su promesa de Maná, como una multiplicación de salarios «seis veces en dólares», sin mayor fundamento que la cadencia histriónica.

Según el «doctor» Nelson Castro, en El Trece, «una nueva generación de outsiders llega a través de este fenómeno de las redes y demás». Dicen que su circulación en Tik-Tok equivale a 580 puntos de rating. Con Fantino, la familiarity se vuelve concesión, de parte del antes jefe que lo tenía de columnista en Animales sueltos: «Sería hipócrita de mi parte; yo te conozco; te tengo que decir como siempre». A lo que Milei responde: «Si tu amigo cambia de trabajo, ¿lo llamarías de otra manera?».
Mesías de la escasez y la poda, logra que su interlocutor asista crédulo a farfullaciones megalómanas como: «Soy el primer presidente liberal libertario de la historia». Indulgencia para reconocerle que está fundando linaje, del cual su irrupción en la política «mundial» es un primer hito. Escuchar, solo estar ahí para hacer que él insista: confort para que la mirada se le pierda en el vacío del pensamiento entretejido ante la cámara.

«El ajuste lo paga la política y sus socios, llámese la casta», sigue el león domado que solamente recibe de parte de Fantino el balompié del triunfo: «Mirame, Javi, ¿eso está decidido?». «Pero no tengas dudas», contesta quien demuestra –por eso conquista– el avance del set de tevé sobre los ámbitos tradicionales de la política. «Pará, pará, pará porque esto es delicado», dice quien anuncia niveles de pobreza no imaginados si no se corta el déficit fiscal por culpa del «desastre que está dejando este Gobierno».
«Repetímelo, ¿no los tocás?», porfía el entrevistador. «A los que trabajan bien no se los toca», sigue el electo, frente a su ayudante, que se juega entero, sin remilgos ante la caída distancia técnica que le reclama su oficio. «No hay plata, Alejandro. Si no hacemos el ajuste fiscal nos vamos a la híper», argumenta, mientras el otro acata suavemente, conforme al tremendismo y el azote a cuenta de un mal futuro hipotético. Allá lejos –pero hace menos de tres meses, en esta escalera adrenalínica al infierno– Marina Calabró, que se negó después al cargo de su vocería, dio prueba de cercanía al nuevo líder con información precisa sobre el romance con Fátima: hubo persuasión sobre este dúo que nació públicamente, el «noviazgo» con una figura familiar y tolerable al gran público de estadios y teatros. Aquel día, en el programa de Lanata, Calabró los proclamó: «Esta ya es una pareja blanqueada a partir de este momento».
Desde entonces, la ex (Daniela) y la actual (Fátima) conviven entre elogios al líder en cualquier programa o móvil que las busque. El Melena, mientras tanto, más prolijamente desmechado pero igualmente «bendecido», visitaba estudios reiterando su latiguillo. Se suaviza el tono como en una conversación; la paz reina entre quienes lo entrevistan creyéndole, adorándolo. «Sí, señor presidente». Y él vuelve su latiguillo, en esta fase clave de su consolidación: «Si un amigo cambia de trabajo, ¿lo vas a tratar de distinta manera?».

Por Julián Gorodischer

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