El 16 de septiembre de 1955 un golpe de Estado encabezado por las fuerzas armadas derrocó al presidente constitucional. «Que el hijo del barrendero muera barrendero» fue una de las consignas.

Por Daniel Vilá
A 70 años del golpe militar –autodenominado «Revolución Libertadora»– que derrocó al Gobierno constitucional de Juan Domingo Perón, puede verificarse que sus efectos políticos, sociales y económicos tienen aún insoslayables consecuencias. El 16 de septiembre está indeleblemente inscripto en la memoria popular porque fue un parteaguas en la historia reciente.
Los acontecimientos que se produjeron ese día fueron cuidadosamente preparados desde varios meses antes. Durante julio y agosto, en Córdoba, grupos armados, los llamados comandos civiles, compuestos por radicales y ultracatólicos a los que se conocía como «palomas», que recibían el entrenamiento de la cúpula de oficiales de la aeronáutica, provocaron incendios y colocaron bombas en unidades básicas y sedes de la CGT. A principios de septiembre de 1955, la UCR había convocado a un acto en la Casa Radical, donde se repartieron armas.
Eduardo Lonardi viajó a Córdoba en la segunda semana de septiembre para iniciar el complot. Tardó ocho horas en tomar la Escuela de Artillería, mientras el resto de las tropas combatían en otras guarniciones del país. En lo que hace a las motivaciones del golpe, el almirante Arturo Rial, uno de los jefes de la revuelta, las definiría brutalmente semanas más tarde frente a representantes sindicales: «Sepan ustedes que la Revolución Libertadora se hizo para que en este bendito país el hijo de barrendero muera barrendero».
Las guarniciones cuyanas adhirieron al movimiento y otros alzamientos se reprodujeron en varias provincias. Incluso algunos fracasaron, como el comandado por el general Pedro Eugenio Aramburu en Curuzú Cuatiá, quien, rodeado por tropas leales fue obligado a huir.
Bloqueo
La Marina, comandada por el almirante Isaac Rojas, se apostó, según lo convenido, con varias naves que bloqueaban Buenos Aires y amenazaban con volar los depósitos de combustible de La Plata y Dock Sud. El levantamiento naval en Río Santiago fue duramente reprimido por tropas del Ejército y aviones de la Fuerza Aérea.
Gogo Morete, de la agencia Paco Urondo, afirma que es insostenible el mito de un alzamiento incruento, que a las 0:45 del 16 comenzó una secuencia de sangre, metralla y bombas, que en Rosario, Santa Fe, hubo centenares de muertos y heridos civiles, militares y conscriptos. Se destruyeron puentes estaciones de trenes, rutas y cuarteles.
Los bombardeos destruyeron una manzana completa en barrio Campamento, ubicado en Ensenada, provincia de Buenos Aires, datos que fueron recogidos durante la investigación realizada en el área de investigación histórica del Archivo Nacional de la Memoria que en 2017 documentó al menos 156 víctimas fatales.
En entrevistas realizadas por Rafael Cullen en el marco de esa investigación, José Paz relató un enfrentamiento con la policía sobre la avenida Mitre donde participaron vecinos, y otro en Quilmes con el Ejército que fue rápidamente reprimido. Según su testimonio, su barrio fue recorrido por varias semanas por tanques que se detenían en las esquinas y «hacían girar el cañón apuntando hacia las casas y los nenes que jugábamos en la vereda». Los delegados de un frigorífico de Avellaneda, entre ellos su padre, fueron detenidos en el lugar de trabajo, liberados varios días después y despedidos sin indemnización. En Villa Jardín, Valentín Alsina, vecinos que vivaban a Perón en la ribera del Riachuelo fueron reprimidos por el Ejército con un saldo de dos muertos y varios heridos.

La carta
Un cadete de la aeronáutica recuerda episodios acaecidos el 16 de septiembre en Córdoba: «A la 1:30 de la madrugada sonó el silbato muy fuerte en la barraca de mi compañía en la Escuela de Suboficiales de la Fuerza Aérea Argentina, en la ciudad de Córdoba. El teniente nos ordenó prepararnos y pocos minutos después la compañía entera estaba formada con todo el armamento listo. El oficial me ordenó encargarme de un cañón antiaéreo ubicado sobre un rodado que enganchamos a un camión al que luego subimos una veintena de “aspirantes”. Yo estudiaba en la Escuela de Suboficiales, ubicada camino a Villa Carlos Paz, frente a la Fábrica Militar de Aviones IAME, donde se fabricaron el Pulqui y el Rastrojero. Supusimos que nuestra escuela respaldaba al Gobierno del presidente Perón. Al mediodía nuestra compañía se apoderó de LV2, luego bautizada “La Voz de la Libertad”. Casi al atardecer fuimos al centro de Córdoba donde había tumultos. Pocos minutos después y para mi sorpresa escuché los primeros gritos desde la otra parte de la Plaza San Martín que vivaban los disparos al grito de “Mátenlos a todos esos peronistas hijos de puta”».
El principal foco rebelde era el de Córdoba. Cuando todo hacía pensar que sería extinguido, la situación dio un brusco giro: al mediodía del 19, Perón hizo pública una carta donde aceptaba un renunciamiento personal para evitar un enfrentamiento sangriento. El ambiguo anuncio no mencionaba su renuncia a la presidencia. En Córdoba, el general José María Sosa Molina manifestó su sorpresa: «Al mediodía se me cayó el mundo abajo: con la batalla casi ganada, me informaban mis comandantes que habían escuchado por radio la orden de cesar el fuego. No lo podía creer. Teníamos todo en nuestras manos y había que detenerse en las posiciones ganadas. Luego escuché yo también por radio el texto de la renuncia de Perón, y también la del ministro de Ejército (Franklin) Lucero».
En una cañonera
La respuesta de la Marina fue tajante: si no mediaba una inmediata capitulación, se bombardearía la Capital Federal. El 19 de septiembre el crucero «9 de Julio» que había arribado a la ciudad de Mar del Plata bombardeó los tanques de combustible del puerto y otros objetivos civiles y militares. Para el 20 se convino una reunión entre los jefes de ambos bandos para dirimir una salida. En la reunión, realizada a bordo del crucero «La Argentina» y con la presencia de Rojas, se acordó la renuncia de Perón y todo su gabinete, que Lonardi fuera designado presidente provisional, y que todas las fuerzas regresen a sus bases para esperar las órdenes del nuevo Gobierno.
El 22, mientras Perón partía hacia el exilio en una cañonera paraguaya, una multitud compuesta predominantemente por ciudadanos de clase media y alta colmó la Plaza de Mayo para aclamar al nuevo presidente provisional, Eduardo Lonardi, que anunciaba desde los balcones de la Casa Rosada que no habría «ni vencedores ni vencidos», algo que jamás sucedió.
Un notorio antiperonista, el escritor Ernesto Sábato, reflejó con nitidez la realidad de una sociedad escindida: «Aquella noche de setiembre de 1955, mientras los doctores, hacendados y escritores festejábamos ruidosamente en la sala la caída del tirano, en un rincón de la antecocina vi cómo las dos indias que allí trabajaban tenían los ojos empapados de lágrimas».