El Gobierno decidió no escuchar la voz de las masivas movilizaciones en todo el país y efectivizó el rechazo a la ley de financiamiento aprobada por amplias mayorías. La disputa continuará en el Congreso.

Por Damián Verduga

Habían pasado pocas horas de la finalización de una nueva marcha universitaria que quedará en la historia, cuando el Gobierno nacional publicó en el Boletín Oficial de este jueves 3 de octubre el veto presidencial a la Ley de Financiamiento Universitario. El Congreso la había aprobado a mediados de septiembre. En la Casa Rosada se impuso la lógica más lineal del razonamiento político: si el presidente escucha el reclamo del más de un millón de personas que se manifestaron desde Tucumán hasta Tierra del Fuego, y promulga la ley, se debilita; en cambio, si persiste de modo testarudo en su posición, se fortalece. Esa lógica binaria ha puesto más de una vez a los gobiernos en un callejón sin salida. Javier Milei no será el primero ni el último que cae en la trampa que, por cierto, él mismo se puso.

El presidente había anunciado este modo de acción en julio. Frente a un público de empresarios que lo aplaudía con entusiasmo, habló de «degenerados fiscales». Se refería a los diputados que habían aprobado en ese momento la nueva Movilidad Jubilatoria, que luego respaldó el Senado y Milei vetó. El déficit cero está planteado como el primero de los 10 mandamientos de Moisés. Se busca con un ajuste sobre la mayoría de la población: aumento sideral de los servicios básicos, recortes en jubilación, educación, salud. Un plan ultraconservador que no reviste ninguna novedad y que la Argentina ya vivió durante la última dictadura militar, el menemato y el gobierno de Mauricio Macri. Milei es una expresión extrema del mismo proyecto.

Las negociaciones que vendrán

Ahora el Congreso se prepara para insistir con el financiamiento universitario. La sesión en la Cámara de Diputados sería el próximo miércoles nueve de octubre. El enigma que recorre los pasillos del Parlamento es si puede volver a ocurrir lo que pasó con la Movilidad Jubilatoria. La ley que aumentaba los haberes había conseguido en Diputados 160 votos a favor, 72 en contra y 8 abstenciones. Luego del veto de Milei, el Congreso intentó insistir y los números cambiaron: los afirmativos bajaron a 153, los negativos subieron a 87, y las abstenciones se mantuvieron igual. El veto pudo sostenerse. Ese resultado se logró con el cambio de posición de cinco diputados radicales que, en un ejercicio de acrobacia política exorbitante, pasaron de votar a favor a hacerlo en contra. Y también con los ocho integrantes de Innovación Federal, que responden a los gobernadores de Salta, Río Negro y Misiones. Habían votado afirmativo y luego se abstuvieron.

La ley de financiamiento universitario logró en agosto en la Cámara Baja 143 votos a favor y 77 en contra, del bloque duro del oficialismo integrado por la mayoría del PRO y la Libertad Avanza. Para insistir contra el veto hacen falta dos tercios de los presentes. Por eso la negociación tiene de todo en el menú: cambiar el voto o ausentarse. Todo depende del poroteo que los próximos días hará sudar la frente del presidente de Diputados, Martín Menem, y del jefe de Gabinete, Guillermo Francos.

No es nada fácil reunir dos tercios. Milei apostará a sus «87 héroes», como él mismo denominó a los diputados que le permitieron sostener su veto al aumento jubilatorio, y a quienes premió con un asadito en Olivos y otras promesas. Las internas en el bloque de La Libertad Avanza (LLA), surgidas luego de la visita a los genocidas en la cárcel de Ezeiza, pueden complicar la ecuación del Gobierno.

Si la insistencia lograse pasar la instancia de Diputados, en el Senado la situación sería más sencilla, en principio. El proyecto ya logró en septiembre 50 votos a favor, que es más de dos tercios del total de la Cámara. Sin embargo, analizar lo que pueda ocurrir en ese recinto es como tratar de adivinar cuántos años vivirá el sistema solar. En la política argentina las semanas son siglos.

Sentimiento federal. 1. Rosario (Santa Fe). 2. Mar del Plata (Buenos Aires). 3. El Bolsón (Río Negro). 4. San Miguel de Tucumán. (Fotos : Juan José Garcia, Diego Izquierdo, Marcos Huisman, Atilio Orellana)  

Banderas y pañuelos

Luego de la marcha, el Gobierno hizo un comunicado «celebrando» que «Cristina Fernández, Sergio Massa, Elisa Carrió, Horacio Rodríguez Larreta y Martín Lousteau» hayan confluido «con el objetivo de obstruir el plan económico del presidente». Ahí quedó clara la estrategia comunicacional que desplegará la Rosada. Será la «vieja política» contra la nueva. Es la repetición del discurso con el que Milei ganó las elecciones el año pasado. La idea de que hay una fórmula infalible para mantener el respaldo de la sociedad es otro error que suelen cometer los gobiernos y al que LLA parece no poder escapar.

Horas antes del veto presidencial, cientos de miles de personas poblaron las calles del centro porteño. La foto se repitió en Córdoba, Rosario, Mendoza, Mar del Plata, Tierra del Fuego, Tucumán, y varios puntos más en todo el país. En la Capital, el operativo policial desplegado por Patricia Bullrich parecía preparado para una especie de guerra urbana. Su objetivo fue debilitar el punto de concentración central de la marcha. Armó un cerco alrededor del edificio del Congreso. La movilización, por eso, tuvo la forma de una T. La Plaza de los Dos Congresos estaba colmada y el resto ocupaba Callao y Entre Ríos que, se sabe, son la misma avenida.

El clima de la marcha era distendido. El sol se colaba entre los edificios y el ambiente primaveral parecía haberse metido en el alma de los manifestantes. Aquietaba un poco los ánimos a pesar del enojo que por momentos surgía.

«Al menos sirve venir para sacarse un poco la bronca», dijo Claudio, estudiante de veterinaria, en la esquina de Callao y Bartolomé Mitre, a metros de la entrada vidriada de una pizzería clásica.

Un hilo unía esta marcha con otras: los pañuelos. En este caso no eran los blancos de las Madres y las Abuelas de Plaza de Mayo; tampoco los verdes del movimiento feminista. Eran azules. Los pañuelos se han vuelto una forma de bandera de las luchas populares argentinas. «En defensa de la educación pública», decían los que se vendían y repartían en la esquina de Salta y Avenida de Mayo, mientras un grupo de 20 mujeres tocaba tambores y le ponía un ambiente afro a la tarde.

A pocos pasos se escuchó la voz de una nena: «Dale, pa, subime», dijo. La nena no debía tener más de tres años. Estaba vestida con pantalón de gimnasia azul y sus rulos redondos parecían hechos a mano. El padre la sentó en sus hombros. «Dale abuela», dijo la nena.

Una mujer con lentes apuntó con el celular y le sacó una foto a la nena que con sus dos manos desplegaba un cartel: «Mi mamá fue la primera generación egresada de la universidad pública, yo quiero ser la segunda». Un mensaje nítido: para la mayoría de la sociedad argentina, la universidad pública, gratuita, federal, es un derecho incorporado a sus vidas, un piso civilizatorio que no está dispuesta a romper.

Lo dejó claro también el documento que cerró el acto y que leyó la presidenta de la Federación Universitaria Argentina (FUA), Piera Fernández Piccoli, que entre otras cosas, decía: «La nación se construyó con la educación pública». Es la columna vertebral que construye un «nosotros», con sus luces y sombras. Milei parece no entender que su ajuste está haciendo temblar el edificio en el que también habita su presidencia.

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