Una nueva etapa de infamia política ha sido instaurada por parte de un gobierno nacional de ocupación, signado por prácticas que profesan intolerancia y el profundo desprecio hacia la clase trabajadora, a quien acusan de ser el principal escollo deficitario y causal de cada uno de los fracasos y las frustraciones de los exitosos.


Odio racial hacia los sectores más desprotegidos y postergados de la comunidad, de los cuales reniegan, ya que en su génesis está el odio al pobre y no a su pobreza. Tambien tratan con indiferencia a la clase media, a la cual han empobrecido mediante transferencia de recursos, demostrando su ingratitud, pese a que un importante porcentaje de esta, deposito su voto de confianza en la promesa de recesión y motosierra que tendría como principal destinataria a una enigmática casta. Este nefasto modelo económico también se replica en provincias como la nuestra, con un gobierno centralista que adhiere sin condicionamientos a las imposiciones y caprichos económicos de Milei, Caputo y Sturzenegger.

Con paritarias donde solo se proponen salarios por debajo de la línea de la pobreza, cargando sobre las espaldas de los trabajadores el ajuste.

Con una reforma previsional que solo implica un aumento del 3% de los aportes patronales y las contribuciones personales de los activos y una suba de los aportes personales de los beneficiarios de jubilaciones especiales hasta que alcancen los requisitos de la jubilación común. Esto se traduce en trabajadores pobres y cada vez más lejos de los objetivos elementales. Ni hablar de lo que significa el acceso a servicios como la electricidad, el más caro del país en una provincia productora de este producto. ¿Sera que tener servicios como luz eléctrica y gas, sean un privilegio para pocos?

En definitiva: esta caracterización me lleva a pensar sobre cuál es el futuro inmediato del Peronismo entrerriano, entendiendo que en ese futuro no tiene que haber lugar para los tibios, los especuladores y menos aún para aquellos que con su claudicación, legitiman la miseria, el hambre y el dolor de un pueblo azotado por la desesperanza.

En su historia, con aciertos y errores, el peronismo ha reivindico al pueblo argentino, más que ningún otro movimiento político. Su vigencia doctrinaria subyace en poder saldar las grandes desigualdades sociales y las deudas pendientes de la democracia, levantar la Argentina y ubicarla en un lugar de referencia en el plano internacional.

Para eso debemos seguir construyendo, analizando, debatiendo, interpelando sobre qué tipo de Peronismo es el que le vamos a proponer como salida del caos.

En ese noble propósito político, la lealtad debe ser considerada pétrea.

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