Como docente e historiador –local y regional– siempre me interesaron las cuestiones vinculadas a los pueblos originarios, en especial los de Entre Ríos, mi provincia. En los libros de Historia están ausentes muchos grupos. La construcción dominante y colonizadora continúa, aunque se avanzó mucho en algunos aspectos de reconocimiento identitario. El asunto es totalmente actual. La discusión por la prórroga de la ley nacional 26.160 está en el debate parlamentario de estos días. Esa norma declaró la emergencia en materia de posesión y propiedad de las tierras que tradicionalmente ocupan las comunidades indígenas originarias del país con personería jurídica inscripta en el Registro Nacional de Comunidades Indígenas, en organismo provincial competente o los preexistentes.
Inicios identitarios
El territorio entrerriano está habitado desde hace aproximadamente cuatro o cinco mil años. No debemos pensar esta etapa de la evolución cultural del ser humano como algo pasivo y con determinismo en relación al espacio geográfico, y mucho menos asumir que había un único grupo. Hay que tener en cuenta que el mestizaje se iba dando entre grupos muy diferentes en sus etapas evolutivas, lo cual daba inicio a nuevas culturas. En estos procesos históricos culturales se conforman los chanaes –preponderantemente amazónicos– y los charrúas –de origen pámpido. Con el tiempo, estos mestizajes formaron sus propias identidades, su propia mirada del mundo, y desarrollaron su cosmovisión y demás características que dieron origen a su organización social, política y religiosa.
Desde las primeras incursiones a principios del siglo XVII, el proceso de conquista y colonización español y criollo –principalmente la Generación del Ochenta– diezmó la población originaria e impuso políticas tendientes a neutralizar e invisibilizar todas sus expresiones culturales. De alguna manera, a pesar de los cambios jurídicos y del imaginario social con respecto a los pueblos originarios, el proceso de colonización sigue vigente.
El presente entrerriano
A mediados de la década de 1990 lentamente comenzaron a organizarse, bajo la denominación de comunidades, personas que se consideraban y se sentían descendientes de grupos originarios. La ley nacional 23.302 de 1985 sobre Política Indígena y apoyo a las comunidades aborígenes creó el Instituto Nacional de Asuntos Indígenas (INAI) y el artículo 75 inciso 17 de la Constitución Nacional de 1994 reconoció la preexistencia étnica y cultural de los pueblos indígenas argentinos: significaron hitos importantes para dar comienzo a la visibilización de los pueblos originarios. La identificación como nativos o descendientes de ellos provenía, en algunos casos, como parte de la tradición oral familiar, mientras que otros integrantes sentían que sus raíces eran originarias, aunque desconocían su genealogía ancestral.
La situación de los descendientes chanaes y charrúas es diferente, ya que los primeros están dando comienzo a un proceso identitario a partir de la presencia de Blas Jaime como último parlante de la lengua nativa. Esto permitió desentrañar y reinterpretar muchos aspectos de la cultura chaná, no solo en los restos arqueológicos, sino también en su simbología y cosmovisión, en su relación con la naturaleza y sus deidades. Ahora bien, ¿cuánto de estos conceptos e ideas brindadas por Jaime están influenciadas por la cultura dominante de nuestra sociedad? Si la cultura es una mediación de la sociedad, ¿cómo dilucidar si los planteos de Jaime –jubilado de vialidad provincial e integrante de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días– tienen raigambre histórica-cultural en sus ancestros, o son fruto de las mediaciones de su relación con la sociedad? En estos últimos años, la cultura chaná tomó mayor conocimiento debido a que el gobierno de la provincia fomentó la divulgación de los aportes realizados por Jaime y realizó la producción de audiovisuales infantiles, como Las aventuras de Calá; la redacción del diccionario bilingüe chaná-español; o contenidos escolares en la página web educativa @prender, dependiente del Consejo General de Educación. No obstante, a pesar de todo el énfasis puesto en el conocimiento de esta cultura, no se conformaron grupos que se reconozcan como descendientes chaná –que sin dudas los hay en los pueblos ribereños del interior. Inclusive, ni la encuesta complementaria de pueblos indígenas 2004-2005, ni el Censo Nacional de Población, Hogares y Viviendas 2010 tienen registrados ciudadanos que se reconozcan chaná.
La postura de las y los descendientes charrúas es distinta. En la actualidad, están trabajando en diferentes aspectos vinculados a la recreación de su cultura, principalmente de su lengua –tanto en escritura como en sonoridades– y en la idea de cosmovisión acerca del medio donde habitan y la relación con él.
Sin dudas que es un período de búsquedas, encuentros y deconstrucciones culturales que puede parecer largo –tres décadas–, pero es muy corto en el marco de la historia de las personas y las comunidades. Los Estados-Nación llevaron adelante un proceso de enculturación que significó la imposición de normas, creencias, costumbres y tradiciones de la cultura dominante, entendida como forma de integración cultural bajo la premisa de homogeneización con base en la cultura occidental cristiana.
La necesidad constante de recuperar su lengua, darle la fonética exacta y la posibilidad de su escritura son algunas de las ocupaciones como grupo, en un intento de identificación a partir de la palabra escrita y la palabra hablada. La lengua originaria charrúa prácticamente se perdió, solo algunos vocablos sobreviven. Su reconstrucción es muy lenta y por comparaciones con lenguas similares, ante la dificultad de encontrar palabras propias para la denominación de objetos, sentimientos, conceptos o ideas.
El sistema educativo hizo y hace un gran aporte a la desmemoria y la negación. Hasta hace un par de décadas, los contenidos de historia argentina y –por ende– la producción escolar se escribieron bajo el paradigma de la Academia Nacional de la Historia, convertida por el Estado en la “historia oficial”. Aún hoy, en muchas instituciones formadoras de docentes prevalece esa mirada, ya sea por falta de actualización académica, por desinterés –que lleva implícita la aceptación de lo que se enseña, si es que hay conciencia de lo que se desarrolla en el aula– o por asumir como propios los postulados de la Academia por cuestiones ideológicas o religiosas –en muchos profesorados de historia continúan los postulados tradicionales con respecto a la mirada hacia los pueblos originarios bajo el paraguas de la evangelización. En efecto, la educación como hecho político es ejercida por los sectores de poder para orientar y formar a la sociedad que se desea.
Los grandes medios de comunicación, cuya línea de pensamiento está en el mismo sentido que la Academia y las editoriales que producen manuales escolares –muchas de ellas pertenecientes a los mismos grupos corporativos–, tienen influencia en las configuraciones culturales. Los diarios, las revistas, los programas de televisión, como la bibliografía escolar, marcan tendencias y posturas culturales que, con respecto a los pueblos originarios, están basadas en el desprecio, la negación, la invisibilización y la defensa irrestricta de las costumbres occidentales europeas y de los principios establecidos por el Estado conservador-oligárquico de fines del siglo XIX y principios del XX que fueron totalmente homogeneizantes. En este sentido, hay mucho por debatir acerca de qué modelo de sociedad queremos y cómo nos pensamos en términos de pluralidad.
A modo de cierre
Pensar la construcción y la reconstrucción de identidades, el rescate de la memoria y las culturas de los pueblos originarios, es pensar en Abya Yala –continente americano– como territorio de saqueo, crueldad, discriminación, sometimiento y muerte; es pensar en el desmembramiento de la vida comunitaria originaria, pero también en el ocultamiento y la negación de la identidad –en ocasiones por conveniencia– como forma de supervivencia ante tanta persecución, segregación y muerte que con el tiempo produjo desconocimiento y olvido de los rasgos identitarios de sus propias culturas; pero también es pensar en los impactos de la globalización y las subjetividades situadas. Subjetividades que implican los atravesamientos propios de un lugar y un tiempo determinados, con su memoria y su historia.
La disputa entre los sectores populares o los grupos originarios y los sectores de poder hegemónico sigue presente. Se hace necesario definir desde qué lugar se establecen las posiciones donde se interpretan los problemas sociales, las luchas reivindicativas de los pueblos originarios y cómo se los problematiza.
Marcos Henchoz es docente, licenciado en Historia (UNLu) y en Gestión Educativa (UNTREF), profesor de Historia y profesor de Enseñanza Primaria, con especialización superior en Ciencias Sociales, Instituto Privado de la Unión Docentes Argentinos, diplomatura en Ciencias Sociales y Educación, y maestrando en Humanidades y Ciencias Sociales con orientación en Historia (UNQ).
Fuente: Revista en Movimiento