Estrenado en el Bafici, Leyenda feroz se puede ver como un viaje emotivo que reconstruye el enorme impacto que tuvo la película. Fenómeno cultural y contexto político.
Por Mariano del Mazo
Con rostro imperturbable, Mariano Grondona da pie a un televidente que acusa de marxista a Tango feroz. La película está en todos lados: en los programas de política, en los de espectáculos, en los de cultura, en las redacciones, en las sobremesas y en los cines de todo el país. Provoca un fenómeno inaudito de boleterías. También rompe un dique de revisionismo histórico, que va de la anécdota sobre la real génesis de la canción «La balsa» al papel del rock en tiempos de dictadura.
Junto con la reconversión del formato que fue del vinilo al disco compacto digital, el film empujó también el relanzamiento de eso que nos empecinamos en llamar «rock nacional». Mientras reeditaban en CD álbumes de Pastoral y Zas, la gente cantaba el flamante superhit «El amor es más fuerte». En poco tiempo, el país estará sintonizando La Mega («Puro rock nacional») y Antonio Birabent conducirá en el prime time un programa titulado La cueva.
En este contexto no sonaba extraño que la palabra «Tanguito» saliera de la boca del doctor Grondona. Es el cenit del menemismo y el ciclo político Hora clave opera como una afilada espada mediática del gobierno. En el estudio de TV, el director Marcelo Piñeyro titubea ante la acusación del anónimo televidente. Ríe nervioso, vacila, atina a decir: «No soy marxista».
Pasaron 30 años y Piñeyro sigue riendo, pero en la película Leyenda feroz. Ya relajado, luce honrado por el homenaje que le rinde a su opera prima el documental dirigido por Denise Urfeig y Mariano Frigerio estrenado en el marco del BAFICI, que llegará a las salas el próximo 9 de mayo.
El realizador es uno de los protagonistas del trabajo, junto con parte del equipo y el elenco –Fernán Mirás, Cecilia Dopazo, Leonardo Sbaraglia, Federico D’Elia– más músicos, poetas y periodistas como Fernando Barrientos, David Lebón, Javier Martínez, Ricardo Soulé, Pipo Lernoud, Víctor Pintos, Quintín y muchos más. Pero Leyenda feroz es más que un abigarrado desfile de «cabezas parlantes»: es un viaje emotivo por los contrastes de los diferentes escenarios con las tres décadas de distancia y, al pasar, una reflexión sobre los motivos del fenómeno y el instante político.
Fábula juvenil
Urfeig y Frigerio parecen encabezar una singular cruzada: escanear íconos del cine argentino más o menos reciente. Instantáneamente, el objeto se reconfigura, adquiere nuevos sentidos. Vienen de hacer Carroceros, un film sobre las marcas de Esperando la carroza tatuadas en una secta de fanáticos. Al viviseccionar ahora la producción que indagó desde un lugar ficcional el mito de Tanguito, el primer mártir del rock argentino, la dupla da un paso más conceptual, si se quiere más sustancioso.
Tango feroz fue una película masiva, pero no unánime. Coautor de «La balsa» junto con Litto Nebbia, Tanguito murió en circunstancias dudosas, minado por las drogas y los efectos del electroshock, aplastado por un tren en las cercanías de Puente Pacífico. El proyecto del filme original pasó por muchas etapas. Ante la negativa de Nebbia de autorizar el uso de «La balsa» y luego de idas y venidas en sintonía con el mayor o menor rigor histórico, Piñeyro le encargó la redacción del guion final a la experimentada Aída Bortnik, que venía de escribir el de La historia oficial. Lo que quedó fue una fábula juvenil con barniz rockero, en la que se mezcla con trazo grueso rebeldía, política y amor. La tribu rockera la detestó; una gran mayoría la amó. A esa tensión apunta también Leyenda feroz.
Con la perspectiva que dan las tres décadas, Tango feroz funcionó para muchos chicos y chicas como la puerta de entrada a un mundo que, hasta ese momento, era algo marginal: el del rock de los 60 y 70. La propia Denise Urfeig así lo vivenció: «Cuando Mariano Frigerio me propuso trabajar sobre Tango feroz acepté enseguida», cuenta. «Es una película bisagra y un hito para nuestra generación: todos se acuerdan con quién la vieron, en qué sala, si se compraron el CD. Además fue la entrada al cine y al rock nacional de chicos y chicas que no veían películas argentinas ni conocían esas canciones. Yo en 1993 tenía 15 años, estaba en tercer año de la secundaria y fui con mis amigas. Salimos fascinadas con la historia de rebeldía y enamoradas de Tanguito. Para nosotras era un príncipe azul rockero y contestatario. En ese momento, pleno menemismo, no parábamos de ir a manifestaciones por la educación pública y la película me atravesó por completo por la actitud política de sus protagonistas. Además, Fernán Mirás… ¡fue el primer varón desnudo que vi! Fue una experiencia iniciática en varios sentidos».
Leyenda feroz también se puede ver como otro abordaje de los años 90, la década «que amamos odiar». Hasta ayer nomás todo el mundo estaba hablando de El amor después del amor, el disco de Fito Páez que a sus treinta años fue homenajeado por todos lados y vuelto a grabar por el rosarino. Se suma a la serie Coppola, el representante y a otras aristas más de aquella década. «Es muy loco», dice Mariano Frigerio. «Tango feroz es bien de los 90, como el documental sobre la muerte de Carlitos Jr., como la serie de Leo Sbaraglia haciendo de Menem», enumera. Habría que agregar: como el triunfo de Javier Milei, sus políticas y la reivindicación del riojano como prócer y presidente del «mejor Gobierno de la democracia argentina», según gran parte de la derecha que hoy domina la Argentina.
«Cuando hacíamos el documental no teníamos idea de que iba a ganar Milei. Ni mucho menos que estaríamos de nuevo reclamando derechos tan básicos como la educación pública», agrega Urfeig. «Creo que el éxito de Tango feroz tuvo mucho que ver con las políticas neoliberales del menemismo: la frase “todo no se compra, todo no se vende” pegó muchísimo en ese momento. Lamentablemente, resulta muy actual», completa.
Los 90 están aquí. La cultura siempre determina la política. Aquel régimen finalizó en el abismo del 2001. La sensación de estabilidad y confort que causó el 1 a 1 fue una fantasía demasiado costosa: provocó muerte, desocupación y marginalidad. En otro plano, el de la realidad, la película que vuelve a aquellos años acaba de comenzar. El paisaje es siniestro. Muchos de los actores son los mismos, y ya no hay lugar para la pizza y el champagne. No se ve ningún atisbo de comedia. Es una tragedia que no parece tener final feliz.