Si la izquierda es anticapitalista, esta derecha es antidemocrática. Ahora habrá que gobernar con créditos vencidos y la gestión política se pondrá cuesta arriba.
Por Osvaldo Pellin
La Cámara de Diputados no debe trabarse porque estamos hablando de política, disciplina proteiforme si las hay y, porque, es ley no escrita que en el parlamento siempre hay que “parlar” hasta llegar a un acuerdo.
En mayo de 1989, Eduardo Angeloz de la UCR pierde en las elecciones presidenciales adelantadas por el presidente Alfonsín, ante Carlos Menem. Como en la Cámara de Diputados vencía la mitad de sus componentes el 10 de diciembre de ese mismo año y el gobierno adelantó la entrega del poder, la elección no cambió la composición que traía, esperando hacerlo en la fecha de renovación constitucional que era el 10 de diciembre.
Quiere decir que al aceptar asumir con anticipación, Menem debía manejarse unos meses con su partido con la cámara en minoría. La solución que encontraron fue que, al momento de votar los proyectos del menemismo, un grupo de la bancada radical salía del recinto para que la votación fuese favorable a ese nuevo oficialismo.
Entonces se aprobaron las leyes Dromi de privatización de las empresas públicas y de modernización de la administración Pública, con un debate en que los radicales, ahora oposición condicionada por el acuerdo que exigiera Menem para hacerse cargo anticipadamente del gobierno, se oponían en sus discursos pero permitían que, al momento de votar, ganara la propuesta oficial, o sea la de Menem.
Concluyo que, cuando hay voluntad de componer una situación política compleja, la solución suele aparecer a través del debate para beneficio del país. Obviamente que hablamos del funcionamiento del Congreso no del contenido de sus deliberaciones, porque la leyes Dromi fueron una bandera de remate del patrimonio nacional.
Este relato viene a cuento porque el presupuesto 2022 fue rechazado por la oposición del Pro y sus aliados, aunque la situación podría haberse arreglado de haber existido un poco más de imaginación y menos inquina y alguien hubiese tenido en cuenta la historia parlamentaria del país.
Es cierto que el presupuesto siempre necesita aprobarse. En este caso, como la mayoría parlamentaria cambió de mano pasando a Juntos por el Cambio, sus diputados estaban obligados a votar el proyecto oficial para que fuera aprobado, como si fueran aliados del gobierno de Alberto Fernández. Lo que significaba un mayor costo político que exponerse a dar quorum. Quizás la bancada del FdT no logró captar votos de otras bancadas por un empecinamiento estratégico del Pro. O quizás porque no estaba dispuesto a ceder más allá de lo que consideraba prudente.
En esa batalla ideológica, ganó la tozudez de la derecha como era previsible. Hecho que por otra parte se sabía desde antes de las elecciones de octubre: si perdía el FdT su legitimidad iba a ser retaceada por sus adversarios. Y, efectivamente lo han hecho porque apuestan a prevalecer instalándose en la sociedad como opositores irrenunciables.
En general ese modo de proceder, propio del fascismo por el que simpatizan en actitud o en ideas algunos de sus miembros, está en el ADN de la derecha. Si la izquierda es anticapitalista, esta derecha es antidemocrática.
Ahora habrá que gobernar con créditos vencidos y la gestión política se pondrá cuesta arriba. El paso dado en dirección a la destrucción del enemigo negándole toda posibilidad de acuerdo parlamentario configura un hito histórico por lo destructivo.
Si a lo anterior le sumamos la vocación vindicativa de la Corte, el gobierno popular deberá gestionar sus dos últimos años maniatado como sorprendido rehén.