Sucedió en las instalaciones de un club, ubicado sobre calle San Martín en el centro de la ciudad de La Paz. El testimonio al que pudo acceder este medio fue directo de las víctimas. “Nos pidieron, por orden del dueño, que uno de nuestros amigos se quitara la gorrita que traía puesta”

En la noche de viernes inauguró  un lugar que intenta ubicarse entre los elegidos en las noches paceñas. Se trata de un patio trasero dentro del Club.

El lugar que hace muchos años venía funcionando como restaurante e incluso, en algunas ocasiones también se realizaban fiestas especiales, apuntando al público joven de la ciudad.

Tiempos Modernos

En los nuevos tiempos aparecen las mismas y retrogradas actitudes que se pensaban desterradas, especialmente entre los jóvenes que suelen tener criterios de relaciones sociales mucho más flexibles y desmitificadas. Sin embargo, “algún que otro homo sapiens melancólico intenta convertirse en restaurador”, decía un atractivo libro de historietas que criticaba fuertemente la involución humana.

El Hecho

Un grupo de amigos, entusiasmados con conocer el nuevo espacio que la ciudad pone en escena para las noches de charlas, tragos y esparcimiento; llegaron al patio del mencionado Club, algunos minutos más tardes, el encargado de la seguridad (joven conocido y a quien apartamos de toda responsabilidad), a decirle a uno de los integrantes del grupo que debía pedirle a su amigo que se quitara la gorra. Sorprendidos, preguntaron lo que hasta parece una locura en estos casos preguntar; ¿por qué?: La respuesta fue: “disculpen pero es una orden que me dio el dueño”.

Esto no termina hasta que se termina

Claro que el feed back entre el grupo de amigos y el personal de seguridad continuó ya que, a lo inexplicable del pedido que le estaban haciendo, se le sumó una justificación mucho más repudiable aún.

“¿Por qué se tiene que sacar la gorra cuando allá vemos a otra persona que tiene una gorra igual y está adentro sin ningún problema, andá hacérsela sacar a él también?”, consulta y solicita uno de ellos, en un estado de incomodidad que para esa altura se comenzaba a convertir en expresión facial típica de alguien a quien le arruinaron la noche.

La respuesta a tono con el lugar

“Es que él tiene plata”. Sí, leyeron bien, esa respuesta recibió este grupo de jóvenes de La Paz que apostaban a un lugar en su propia ciudad en el cual divertirse, pasarla bien y sumar al emprendimiento como una apuesta a la proyección turística que persiguen los y las paceñas.

La estrategia parece ser, dejar al amigo («rico») adentro con gorra puesta para chivo expiatorio si a alguien se le ocurriera denunciar que no las permiten, y mandar al mensajero (seguridad) para que en voz baja le pida a ciertos visitantes sacácelas o retirarse.

Totalmente desilusionados, se levantaron del lugar en donde incluso ya había solicitado a la mesera que trajera algo para beber. Única testigo de lo sucedido, porque, lejos de escandalizar al entorno y denunciar abiertamente este tremendo acto de discriminación, solo se lo comentaron a ella antes de marcharse.

Hay gorras y gorras

Es importante aclarar que en el lugar no hay ningún indicativo que se refiera al uso de gorras. Por lo menos, no a simple vista aunque el mensaje enviado por el responsable del lugar a los jovenes fue muy clarito.

Final de una noche inaugural

La gorra siguió puesta en la cabeza de aquel joven. El grupo siguió tratando de levantar la estima y compartiendo el peso del trago amargo. Y la ciudad de La Paz continuó su noche como si nada. El encargado de seguridad se cargó encima una práctica que le garantizó continuidad laboral y tal vez, un millón de repugnancia por dentro, o tal vez no.

A mis amigos les sugerimos hacer la denuncia. Hoy existen organismos estatales que actúan en este tipo de hechos. No sabemos si finalmente lo harán. El actuar por oficio no existió nunca, ni hay esperanza que exista en La Paz, al contrario, reina “el hacerse el bolu… y el “no te metás”.

Todo continuará igual, hasta que aparezca un nuevo joven portando una gorrita, pero además, aparentando no ser rico (según el estándar descerebrado de algunos). O quizá, veamos la solidaridad de muchos jóvenes de la periferia y el centro paceño, laburantes, estudiantes o profesionales (como fue el caso del grupo en cuestión), llegar todos en una misma noche al patio del Club luciendo alta gorra, hasta que en la próxima nota escrita en este medio, demos el nombre y apellido del granuja que intenta sostener un espacio con actos como éstos en una ciudad donde todos se conocen.

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