Hacer las cosas más despacio en un mundo obsesionado por la velocidad puede ser una práctica subversiva. Desde la filosofía de lo lento, de la mano de prácticas feministas que permean en distintos terrenos, amigues y organizaciones trabajan en diversas formas de cuidado y consumo responsable, lejos del sentido común punitivista.
Desde el monte cordobés donde está Lola Granillo se ve más clara nuestra dolencia de época: la enfermedad del tiempo, un concepto acuñado por Larry Dossey, médico y autor, que aplica a la medicina concepciones derivadas de la física para mostrar cómo el culto a la velocidad impacta en la psicología interna, la salud, los vínculos y el medio ambiente.
Lola es musique y artista multidisciplinarie. Creó un personaje, PRIMO, para hablar de sus consumos, porque desde sí misma “le cuesta mucho más”. PRIMO tiene un podcast para acompañar a Lola en la moderación de ciertas ingestas, entre ellas la de bebidas con alcohol. Desconfía de lo que “se nos ofrece todo el tiempo y en todo lugar”. Su estrategia es elegir los momentos, no hacerlo con liviandad, estar presente.
El binge drinking, consumo excesivo de alcohol, es una pieza más de la voracidad y la velocidad del turbocapitalismo, de una manera de producir y consumir que es un boleto de ida hacia la extinción del planeta y de las personas. Hacer las cosas más despacio en un mundo obsesionado por ir cada vez más rápido puede ser una práctica subversiva. Mientras Lola habla, arrullada por el sonido del viento en medio del pastizal, hay incendios forestales activos y quema de humedales en Córdoba, Buenos Aires y Santa Fe.
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La rebeldía desaceleracionista tiene nombre, es el movimiento Slow (lento), conformado por personas que en el trabajo, el ejercicio, la alimentación, la medicina, el sexo, los traslados, la educación, el diseño urbano y casi cualquier práctica hacen lo impensable: reivindicar la lentitud. Este movimiento no es nuevo. Ya en el siglo XIX pintores, poetas, escritores y artesanos buscaban modos de preservar la estética de la lentitud ante el avance del maquinismo en que se convirtió el modelo mismo de la vida. Desacelerar, entonces, es una forma de rehumanizarnos.
El movimiento del mindfulness es una herramienta para ejercitar la atención al momento presente, de él se deriva el “Mindful drinking”, una técnica de cambio de comportamiento que utiliza la lógica de las 4 Ms: Measure (medir), Monitor (monitorear), Manage (administrar) y Maintain (sostener), para disfrutar de un consumo moderado de bebidas con alcohol como parte de una vida saludable.
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Daniela es argentina y migró a Estados Unidos en el 2017. Hasta la pandemia del COVID 19 vivió rodeada de museos y rascacielos en Chicago, Illinois. Se mudó a un pueblito donde la gente camina descalza y todo es lento: el tráfico, comprar en el almacén o esperar la comida en un restaurante. Encinitas es una Slow City (ciudad lenta) donde el océano marca los ritmos de vida y en el horizonte abierto la mirada puede posarse, al mismo tiempo, en lo cercano y lo lejano.
La vida sostenible y el tiempo de ocio son una conexión con el sentido del disfrute: “si estamos conectados con el placer que puede ofrecer el día siguiente queremos pasar un buen rato sin un costo tan alto. Ese es para mí el consumo consciente, poder pasarla bien hoy, y mañana también”. Daniela reconoce que desacelerar es un privilegio, posible cuando “no tenés que estar pensando en cómo llegar a fin de mes”, pero también por eso lo entiende como una responsabilidad.
En Antropología del Consumo, Ana Rosatto y Victoria Rivas analizan dos modelos antagónicos donde los modos y elecciones conducen a tipos distintos de sociedad: el consumo consumista, individual e inmediato, con sus efectos destructivos sobre el ambiente y las comunidades, y el consumo ciudadano, en el que las personas son conscientes y están informadas. La libertad que conlleva no es una individual sino colectiva, porque las decisiones de consumo no son neutras, y en este paradigma están orientadas por el principio ético de vivir con otrxs.
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Pepe terminó el secundario el año pasado. Cuando salen con su grupo de amigues planifican los traslados: “Si el que maneja quiere tomar no lleva el auto. Punto”. También “se rescatan” de que las chicas nunca queden últimas en el recorrido del taxi. Pepe usa las palabra cuidado y amigas varias veces. Entre los varones pasa lo mismo, nadie vuelve a casa solx. Otra práctica que tienen incorporada es comer antes de salir, porque sino “arrancan mal la noche”. Por lo mismo, toman agua, “Yo lo hago porque me regula”. Dice que las movidas de consumo responsable son importantes porque cambian el mensaje, habla de una publicidad de vodka que termina con una placa que muestra la marca con la bajada The best of the night (Lo mejor de la noche). “Ese mensaje es que si no hay, no está tan bueno, y eso tiene que cambiar”.
Luna tiene 20 años. En su grupo de amigas no hay conductoras pero sí cuidadoras “designadas”, que van rotando en cada salida.
Los varones las tratan de “aguafiestas” cuando se hidratan. “Ya arrancan con el agua, qué flojitas”, les dicen. Ella se ríe porque siempre les terminan pidiendo.
Luna es vegetariana y sabe que muchas técnicas de clarificado de vinos y cervezas se realizan con productos de origen animal. El activismo vegetariano y vegano es transversal a todos los consumos y se vincula a prácticas de cuidado del ambiente, de unx mismx y de lxs otrxs. Lo mismo pasa con el feminismo, dice Luna, “lo llevamos al boliche. Nosotras no vamos a lugares donde sentimos que nos cosifican, donde nos dicen en la entrada cuánto tenemos que pesar, o qué nos tenemos que poner”. Cree que los hábitos van cambiando, pero no todas las empresas se hacen eco de eso. Recuerda que en el Quilmes Rock había un sector delimitado para tomar cerveza. La distribución espacial también modela los hábitos, porque el consumo es una relación social.
En eso coincide Natalia Torres (@natiftorres), periodista, licenciada en Comunicación Social, a punto de recibirse de Sommelier. Sostiene que en estas discusiones es importante partir de hechos y no de falacias: “Las tácticas punitivistas no funcionan, la reducción de daños es la respuesta más sensata”. Son las empresas y los establecimientos quienes deben tomar un rol activo con campañas como “cero alcohol al volante” o “menores ni una gota”. Al mismo tiempo, coincide en que los hábitos están cambiando. Natalia prepara cócteles cada vez más ligeros: “la actitud de servirse un shot y mandárselo de una ya no es tan usual”, dice.
El punto de vista feminista está permeando las prácticas de cuidado en muchos establecimientos. Ya son varios los bares y boliches que implementaron sistemas para que las mujeres puedan pedir ayuda si se sienten en peligro, pero lo que prima siguen siendo las prácticas de cuidado autorreguladas dentro de los grupos de pertenencia: Me cuidan mis amigas.
Las prácticas autorreguladas son la respuesta a los discursos punitivistas del Estado. “A eso respondemos desde los feminismos y las disidencias con organización colectiva”, dice Lucas “Fauno” Gutiérrez, activista y periodista en temas LGBT+ y VIH. El paradigma de reducción de daños se cruza con el principio del derecho al placer. Lucas lo compara con la ESI, porque lo que se necesita es información veraz, brindar herramientas y dejar de educar desde el miedo. Los discursos paternalistas de “no lo hagas” tienen que ver con actitudes represivas, con imposiciones violentas de la heteronormatividad. Aclara que no se refiere a prácticas heterosexuales, sino a los discursos monogámicos, cis, binarios, y familistas, que son los que terminan, como sucedió con el aborto previa sanción de la IVE, por “generar circuitos alternativos de superviviencia de nuestras identidades. La omisión deliberada es un ataque contra nuestras existencias”.
Contra el sentido común punitivista trabaja también la Asociación Civil Intercambios (@intercambios_ac), que nace al calor del paradigma de reducción de daños desde un espectro amplio que atiende a las realidades del Sur Global: “no está solamente enfocado en el consumo sino en el contexto que lo enmarca: cómo vive esa persona, si tiene trabajo formal, si tiene vivienda, a qué derechos accede”, cuenta Carolina Ahumada, socióloga y coordinadora del programa PAF (Proyecto de Atención en Fiestas @paf_proyecto) de Intercambios. El dispositivo nace en el 2016, a raíz de la tragedia de Time Warp, en la que murieron cinco personas y otras cinco resultaron gravemente heridas. Aunque surgió de la demanda espontánea de personas que iban a eventos de electrónica, hoy actúan en todos los espacios de ocio, esparcimiento y diversión. Para trabajar sobre el consumo excesivo de bebidas con alcohol armaron un proyecto en el espacio público en el que invitan a transeúntes ocasionales a ponerse unas gafas (Drunk Busters) que simulan distintos estados de ebriedad: van desde una mínima distorsión de la visión hasta sensaciones de mareo y náuseas, y lxs desafían a poner una llave en la puerta o sortear conos.
Otro dispositivo de la asociación es NTSZ (@no_te_sientas_zarpado), que empezó en una escuela de González Catán y actualmente funciona en múltiples espacios recreativos. Carolina dice que no se centran solo en el consumo de sustancias legales e ilegales, también tienen promotorxs de salud y centros de escucha. Los programas apuntan, a su vez, a la gestión de los placeres. Además de tener puestos de información e hidratación en eventos y boliches, los stands de PAF cuentan con un espacio de chill out para “bajar un cambio”. Hay chupetines, caramelos, masajeadores de cabeza, juguetes antiestrés y dispositivos con luces. Desde el proyecto notan que el derecho al placer está muchas veces atravesado por discursos clasistas en los que las personas en situación de vulnerabilidad son más estigmatizadas: “En esas poblaciones se habla de descriminalizar y no de disfrute“. El placer, también, tiene derecho de admisión y permanencia.
Al hablar de antipunitivismo Carolina hace un paralelismo con la situación previa a la sanción de la ley de acceso a la IVE: “Lo que se esconde debajo de la alfombra no deja de suceder, solo que con mucho más riesgo para las personas”. El camino recorrido por los feminismos permea las miradas y prácticas sociales. Son conquistas y luchas tentaculares que se trasladan y transforman todos los ámbitos y discursos.
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Mientras Daniela habla a 10 mil kilómetros de distancia desde Encinitas, la ciudad “lenta” a la cual se mudó, ruge el mar. Pepe termina el zoom para ir a encontrarse con sus amigxs. Luna pide que agendemos para mañana porque hoy se va temprano al recital de Fito Páez. Lola ensaya una primera respuesta a lo que pregunto pero, dice, necesita tiempo para pensar. Manda una foto al lado del río y un audio, pide que por favor no la escuche en el modo acelerado de WhatsApp.
Fuente: (Macarena Romero – Lucina Perini // Revista Anfibia)