Hace una vida, el 2 de julio pasado, Cristina Kirchner habló en Ensenada en un acto homenaje a Juan Domingo Perón. Era una tarde de sábado que terminaría siendo recordada porque en simultáneo, el ministro de Economía, Martín Guzmán, comunicaba por Twitter su renuncia al cargo.

Durante esa exposición, la vicepresidenta había dado detalles de una reunión con el economista ligado al macrismo Carlos Melconian y había especificado que coincidieron en el problema del bimonetarismo de la Argentina. En cambio, habían tenido diferencias sobre cuán importante resulta el déficit de las cuentas públicas como causa de la inflación.

Ella le restaba importancia y ponía más énfasis en la fuga de capitales como factor desequilibrante para los precios, mientras que él -según su relato- consideraba crucial la cuestión fiscal. “Piensa más parecido a Guzmán”, soltaría a la pasada.

Ese sería el último dardo sobre el funcionario aún en el Gobierno. Pero la mirada demasiado fiscalista del primer titular del Palacio de Hacienda del gobierno de Alberto Fernández fue el corazón de todos los cruces de Cristina.

Desde cartas públicas hasta discursos con cuadros comparativos medio forzados para mostrar que el desequilibrio fiscal no es igual a aumento generalizado de precios, la crítica se repetía más que la canción de Shakira a Piqué en estas últimas horas.

Pero el tiempo pasa

Este jueves, tras la difusión del dato de diciembre del 5,1% que redondeó un 94,8% para el año, el actual ministro de Economía, Sergio Massa, enumeró los componentes de la receta que está aplicando para tratar de bajar el costo de vida.

“La inflación no es ni más ni menos que la fiebre de una economía enferma (…) el desafío es animarnos a bajar la fiebre y enfrentar esa enfermedad en la que caemos reiteradamente; y eso requiere orden fiscal, requiere disciplina, trabajo en equipo; requiere ponerse objetivos y no cambiarlos frente a una adversidad; y requiere además una mirada responsable de toda la dirigencia política, empresaria, sindical, de todos”.

Fue una definición más del enfoque fiscalista y monetarista que está llevando a cabo Massa desde que asumió el 3 de agosto. En un punto, piensa parecido a Guzmán que pensaba parecido a Melconian, diría Cristina.

El 15 de diciembre en un evento de Techint, incluso postuló: “Hay que terminar con la emisión monetaria para financiar al Estado”. Y antes, el 24 de noviembre, en otra reunión corporativa en este caso en el Consejo Interamericano del Comercio y la Producción (Cicyp) también se habia despachado contra el aumento del gasto público electoral: “Tenemos que acostumbrarnos a que las elecciones no se ganan por política fiscal expansiva”.

Ahora mismo hay un debate entre los principales macroeconomistas de la actualidad sobre cómo atacar la inflación. Cuánto hay enfriar la actividad o cuánto hay que meter mano en la puja distributiva.

Pero no es eso de lo que hablamos acá. La cuestión es otra y se resume en una pregunta básica que acompañará siempre a este experimento político creado para ganarle a Mauricio Macri en 2019: ¿cuál ha sido el costo económico de la interna durante los primeros dos años y medio de gestión?

En otras palabras: ¿cuánta inflación agregó el hecho de que durante tanto tiempo se boicoteara un intento de plan como el de Guzmán que después se terminaría apoyando con Massa, casi fingiendo demencia? ¿Qué tamaño es el garrón que nos comimos porque la conducción política no se sentó a consensuar que hacer con el país?

O para llevarlo al diccionario de Massa: ¿cuánto del casi 100% de 2022 fue por la falta de consenso sobre el tema fiscal, cuánto fue por la falta de disciplina, cuánto por la ausencia de trabajo en equipo para manejar la cuestión energética y los subsidios y cuánto fue por la falta de responsabilidad de la dirigencia que se decía de todo en público licuando la credibilidad de cualquier hoja de ruta?

En cinco meses de algún tipo de orden fiscal, consenso, conducción y disciplina el Índice de Precios al Consumidor bajó de 7,4 a 5,1%. Sigue siendo un problemón y a lo sumo se achicó el tamaño de la llamas, pero nunca fue tan evidente lo absurdo de los problemas económicos autoinflingidos hasta mediados de 2022.

Perdón que te salpique

Todo esto será material para la arqueología en seminarios. Pero ese pasado reciente abre preguntas sobre si el plan Massa en este 2023 entrará en algún momento en la licuadora Cristina-Alberto.

Por estas horas, algunos recuerdan por ejemplo aquella idea de publicar en el Indec mes a mes la cantidad de empleados públicos en cada repartición del Estado. Se difundió el informe en septiembre con el personal de agosto. Después, nunca más. ¿Está todo bien ahí?

Ante cada duda de este tipo, hay una respuesta común: “Pero está Massa, eh”. Es como si la ambición workaholic sin escrúpulos de un tipo fuera a poder con todo.

Hay empresarios que lo miran medio con fascinación porque les promete esa garantía de que tiene el control de la política, y de golpe puede imponer una pauta del 60% con gatillo para las negociaciones paritarias, luego de un año de 95% de inflación.

La actividad en los bancos refleja una aceptación a medias para el sendero establecido. Esta semana fluyeron muchos créditos a la tasa subsidiada del 64% que impone el Banco Central. Los que los toman creen, entonces, que la inflación estará por arriba de ese número, sino no sería conveniente endeudarse así. Pero tampoco nadie está convalidando tasas por arriba del 90%, lo cual indica que no ven los precios desmadrándose por arriba de eso. Señales.

Con la vicepresidenta en sus mambos judiciales de “no es renunciamiento, es proscripción”, están los que compran que “Sergio algo le habrá prometido” para que le dé margen de acción desde que asumió.

Como si ante el susto financiero de mitad de año el líder del Frente Renovador le hubiera dicho “te ordeno la cosa y si ganamos te resuelvo los quilombos”, pero nadie sabe. Otros le atribuyen al tigrense una llegada particular a Máximo porque “fuman juntos” y que entonces tiene un puente donde otros no.

La cuestión es que hay otra frase siempre vigente, parecida a la otra pero diferente, que acompaña todas las elucubraciones: “Y, es Massa”. Es decir, que nadie termina de confiar en él. Es el número uno en haber dicho algo y luego haber hecho todo lo contrario. Por eso cuánto más niega su candidatura más lo ven como presidenciable. “No confío en nadie, sólo en mi familia”, exagera una alta dirigente de La Cámpora cuando le preguntan por cuánto abrazan el horizonte que promete el ministro de Economía.

Como sea, goles serán amores. Cada nuevo punto que ahora trate de hacer bajar la inflación va a ser un parto. Y cada dólar que intente conseguir será otro.

El equipo económico esperaba más lluvias para esta primera quincena de enero pero ahora sigue siendo impactante la falta de humedad en los suelos. Según quién haga el cálculo, habrá entre USS 7 mil y USS 10 mil millones menos este año. Otra forma de verlo: en Crucianelli, firma líder en maquinaria agrícola, prevén una caída de hasta el 50% en las ventas este año.

Massa se apresuró a celebrar en la entrevista con PERFIL que “el mercado le dio una paliza” a los que apostaron por la suba del blue a fin del 2022. El récord nominal de las cuevas el viernes en $368 no deja de ser una cosquilla en las zonas bajas por más de que se trate de una cotización ilegal que venía muy atrasada. Está latente el peligro de un despertar de la brecha cambiaria que sacuda todo lo que está atado con alambre.

La urgencia es conseguir divisas. De China, de Brasil, del Fondo Monetario Internacional. Para extender la pax financiera, primero. Para que no falten insumos y la economía no se frene, segundo.

Pero además, hay que lubricar el mercado de cambios cuanto antes para desalentar el creciente negocio de los intermediarios en el comercio exterior.

Como está muy complicado conseguir que se autoricen importaciones a través del sistema SIRA, que maneja la Secretaría de Comercio Interior, cada vez asoman más gestores de aceleración de trámites que consiguen ingresar mercaderías. El Gobierno niega que haya problemas generalizados, pero el servicio es a cambio de una comisión a veces del 12, del 18 o de hasta el 20% de la carga.

Tienen nombres de personas buenas. Claramente, no es como suena.

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