El principal espacio opositor atraviesa una etapa de debate y pujas por el control partidario. El rol de Cristina Fernández, Axel Kicillof, Máximo Kirchner y los intendentes.
Por Damián Verduga
Las pujas por espacios de poder y por los sistemas de decisión son un elemento inexorable de la vida política. Esto no quiere decir, por cierto, que sea la faceta más atractiva para el electorado. El peronismo viene transitando una etapa de tensiones y discusiones intensas. Se libran en un tono áspero. Era lo esperable luego de una derrota electoral como la del año pasado. Cuando se ganan las elecciones las aguas se aquietan, pero cuando se pierden vienen los huracanes. En este sentido, la actual interna puede describirse como soft, si se toma en cuenta lo que pasó en la contienda electoral de 2023.
Una comparación: en 2016, tras el triunfo de Mauricio Macri, el bloque de diputados del entonces Frente para la Victoria se partió en varios pedazos, como una copa de cristal que se cae de la mesa. Ahora, el peronismo ha logrado mantener un importante nivel de cohesión en ambas cámaras del Congreso.
La principal diferencia al comparar 2024 con 2016 es lo que ocurrió en la provincia de Buenos Aires. La victoria de Macri trajo consigo la de María Eugenia Vidal en territorio bonaerenses. El edificio peronista se quedó sin su columna principal y la estructura tembló. El año pasado, Axel Kicillof consiguió la reelección a la gobernación bonaerense. Para el peronismo fue como si el capitán de Titanic hubiese logrado hacer girar el barco antes de que choque contra el iceberg. Y paradójicamente, o no tanto, es en la provincia más poblada del país donde se libra la interna más candente. La protagonizan el gobernador y el presidente del PJ a nivel provincial, el diputado Máximo Kirchner.
Juego de intendentes
En las últimas semanas hubo una seguidilla de actos: Kicillof, en Santa Clara del Mar; Kirchner, en La Plata. Fueron en parte demostraciones de fuerza. Ambos reunieron una cantidad de intendentes similar, alrededor de 25. Hubo un grupo de alcaldes, entre ellos Fernando Espinoza de La Matanza, que decidieron declararse neutrales y no asistieron a ninguno de los dos actos.
La interna, hasta ahora, está centrada en los espacios de poder y muy especialmente en el sistema de decisión. La disputa tiene varias aristas. No se trata solo de Kicillof versus Kirchner; también juegan varios intendentes que se cobijan debajo del gobernador para recuperar lo que consideran niveles de autonomía perdidos.
Hay jefes comunales como Mario Secco, de Ensenada, un kirchnerista de pura cepa, que forma parte de los alcaldes que rodean a Kicillof en busca de mayor margen de decisión. El argumento de estos alcaldes es que hace varias elecciones que perdieron capacidad de meter la cuchara con profundidad en el armado de las listas del peronismo, en especial para la Legislatura provincial, pero también en los consejos deliberantes de sus propios distritos. Dicen, en reserva y no tanto, que la nueva generación agrupada en La Cámpora ocupa espacios en los que ellos consideran que deberían poder terciar. En ese sentido el paraguas Kicillof funciona como contrapeso.
Del lado camporista, la posición quedó clara en el acto que lideró Máximo Kirchner en el estadio Atenas. Los jóvenes de la agrupación desplegaron una bandera con el siguiente mensaje: «Nada sin Cristina». Y es aquí donde comienzan las zonas grises, y hasta confusas, de la interna. ¿Por qué? Porque Kicillof dice lo mismo. Jamás sostuvo que imaginaba una construcción sin Cristina Fernández. El punto es que algunos de los intendentes que lo rodean sí lo sugieren y las aguas se enturbian.
La posición de la expresidenta tiene su complejidad. Es un objetivo del denominado «lawfare», está condenada en segunda instancia con una sentencia que la responsabilizó por el destino que tuvo el presupuesto para la obra pública de Santa Cruz, cuando ella era presidenta, a pesar de que esos fondos tuvieron aprobación por el Congreso Nacional, la legislatura provincial, y fueron ejecutado por gobernadores sin el apellido Kirchner.
La condena la proscribe para ejercer cargos. A lo que hay que sumarle el atentado que sufrió el 1 de septiembre de 2022. Todo esto, y quizás otras cuestiones más personales, hacen que por ahora Cristina no apueste, o no pueda hacerlo, a ser candidata. Eso tiene su complicación para la cultura peronista, que se ordena con una regla simple: el que tiene los votos es el jefe. La expresidenta cuenta con respaldo popular, pero al no ser la candidata, la locomotora del tren, aparecen caciques que cuestionan su jefatura para decidir quiénes juegan y quiénes no. Esto no quita que, si La Cámpora le diera más espacio a los intendentes a la hora de armar las listas, la situación podría distenderse. A veces no es tanto lo que hay que hacer para arrancar una sonrisa.
Del lado de Kicillof también hay un planteo. Lo hizo el ministro de Gobierno, Carlos Bianco, hombre de absoluta confianza del gobernador y dueño del emblemático Renault Clío con el que Axel recorrió la provincia en su primera campaña para gobernador. Bianco dijo: «Esta vez no podemos volver a equivocarnos, el presidente tiene que ser el jefe». La declaración se refería a la experiencia del Frente de Todos y la compleja ecuación de poder que se armó durante la presidencia de Alberto Fernández. Seguramente la definición cayó en La Cámpora como una cucharada de jarabe antes del desayuno.
Puntos de consenso
Hay una diferencia entre esta interna y otras que protagonizó el peronismo en las últimas décadas. Para mencionar algunas del tiempo reciente, las tensiones que hubo durante el ciclo kirchnerista con Daniel Scioli y con Sergio Massa tenían un trasfondo ideológico y no solo de poder.
Lo de Scioli es un ejemplo que podría tallarse en una piedra. De vicepresidente de Néstor Kirchner y gobernador bonaerense del Frente para la Victoria a funcionario y defensor acérrimo del gobierno de extrema derecha de Javier Milei. La frase de Groucho Marx, «estos son mis principios, pero si no le gustan tengo otros», encontró en el exmotonauta un corpus difícil de igualar.
La actual disputa del peronismo bonaerense no tiene este elemento. El modelo de país que imaginan Kicillof, Máximo Kirchner y, por supuesto, Cristina Fernández, es muy parecido. En su discurso de asunción luego de ser reelegido gobernador, Kicillof destacó que los gobiernos de Néstor y Cristina eran «el manual» que había que seguir «para gobernar a favor del pueblo».
Está claro que la disputa no es por diferencias programáticas. ¿Será tan difícil ponerse de acuerdo en el resto teniendo esa ventaja? Es un examen para la dirigencia política que, entre otras cosas, tiene la obligación de colaborar en la derrota de la antipolítica, que también ganó las elecciones el año pasado.