Debutó como escritor frente a sus compañeros del colegio secundario y después se dejó tentar por el mundo académico. Pero Alejandro Zambra sabe bien cuáles son sus mapas y territorios: la complejidad no debe rivalizar con la simpleza, sus destinatarios son las personas con las que creció, su mundo verdadero. Su literatura tensa la cuerda de las complejidades humanas y las camina con la tranquilidad de un feriado. Referente cultural de nuestro idioma, invita a escribir como quien sale a correr o hacer deporte, dice que todas las crisis se pueden afrontar con lápiz y papel.
“No pongas eso en una novela que nadie te va a creer.”
Alejandro Zambra, charla de whatsapp
Por Emiliano Gullo
Arte Japo
Dos hombres se encuentran en un bar de Providencia, Santiago de Chile. El bar se llama Galindo. Es algún mes del año 2002. Uno de los dos, el mayor, está impaciente. Es el editor de la sección de Cultura que se produce en el edificio contiguo, donde funciona la redacción de Las Últimas Noticias, un diario farandulero de consumo masivo. Y se está quedando sin cigarrillos. Del otro lado de la mesa, el joven -que recién ha vuelto de hacer un posgrado en Madrid- cuenta que está buscando trabajo. Hablan mucho y fuman más. Hablan de plantas, de fútbol, de miopía y de astigmatismo, de trámites bancarios, de guisos caseros, de agujeros de cinturones, de tipos de nubes, de cantantes melódicos. Hablan hasta que los paquetes se vacían. O casi. El mayor no tiene más. El joven vuelve a revisar. Le ofrece el último, el de los deseos. El mayor dice no por favor, faltaba más. El joven insiste y el mayor se rinde ante la hidalguía.
Una semana después, el joven Alejandro Zambra publicará su primera reseña literaria en Las Últimas Noticias bajo la edición de Andrés Braithwaite, el fumador agradecido. El joven tiene 27 años, un poemario publicado cuatro años atrás, Bahía Inútil, y uno más en camino que saldrá al año siguiente con el nombre de Mudanza. Criticará libros ajenos y ganará más enemigos que dinero. Y se cansará de los enemigos. Y vendrán los ensayos breves y las crónicas en El Mercurio y La Tercera. Y una brevísima novela. Y la fama. Y el mundo. Y la admiración. Y cuatro novelas más. Y dos libros de cuentos. Y dos libros de ensayos. Y dos guiones de películas. Y también dejará Chile y una biblioteca con cuatro mil libros para vivir en México por una razón: el amor.
Nadie sabe el deseo que pidió el fumador agradecido antes de encender el último cigarrillo. Zambra, hoy con 47 años, acaba de terminar Literatura Infantil, su último libro publicado por Anagrama. En la segunda página, debajo del título, se puede leer una tradición -a veces explícita, a veces fantasmal- que marca su obra: edición de Andrés Braithwaite.
A veinte años del encuentro en el Bar Galindo, Zambra dice:
-Cuando empecé a escribir en el diario Las Últimas Noticias los profesores de la universidad me decían que eso era una tontería, que sólo lo hacía por el dinero; que escribir en un periódico era rebajarse. Y yo, al contrario, sentía que aprendía mucho. Y que escribía cosas que podían aparecer tranquilamente en un contexto académico.
1.
Hay una palabra en inglés para los que caminan por la cuerda floja. Puede ser entre montañas, entre edificios, entre árboles. Donde haya dos puntos distantes, donde haya riesgo, los slackliners hacen equilibrio sobre una cuerda que no es floja sino más bien -muy- tensa. Egresado de uno de los colegios más prestigiosos de Chile, doctor en Literatura y con un posgrado en Filología Hispánica en España, Zambra es un slackliner de la literatura. Tensa la cuerda de las complejidades humanas y las camina con la tranquilidad de un feriado. “Hay algo en mi manera de escribir que tiene que ver con la simplicidad, con el despojo, incluso. Con el deseo de que esa simplicidad no rivalice con la complejidad. Llegar a la mayor complejidad sin imponer metalenguaje, nunca usar palabras que no usaría en una conversación pero a la vez sin paternalismo”.
Por más de diez años fue profesor en la Universidad Diego Portales. Puede seguir de cerca los debates académicos o escarbar en los últimos papers de intelectuales. Da igual. Zambra tiene claro cuáles son sus mapas y territorios. “En un momento me tentó el mundo académico. Pero empecé a percibir deseo de reconducirme hacia otros destinatarios, que eran las personas con las que yo había crecido, mi mundo verdadero. Un deseo de poder comunicarme con otra versión de mi mismo; aspirando a cierta unidad”.
2.
Alejandro Zambra huele a frambuesa. Fuma de mentira con un aparato de plástico, lo chupa con impunidad y cuando exhala el ambiente se infla como un globo de chicle. Somos varios los que estamos adentro de la burbuja dulce. Se disculpa porque no habrá exclusividad. Tuvo que superponer las invitaciones. Y siguen llegando. La mesa del patio de la librería de Eterna Cadencia, en Buenos Aires, ya no resiste. La organizadora invita a pasar al fondo. Hay más privacidad. Al menos hasta que comience la charla, que será en la terraza. Lo dice levemente inclinada hacia adelante, como si pidiera perdón, sostenida de una libreta. Como si dijera por favor, rápido, antes de que toda la gente sepa quién sos y no podamos protegerte.
«Hay algo en mi manera de escribir que tiene que ver con la simplicidad, con el despojo, incluso. Con el deseo de que esa simplicidad no rivalice con la complejidad».
Zambra responde que sí, que no hay problema. Lo dice suave. Zambra habla en puntas de pie. Se levanta más pesado que cuando llegó porque ahora tiene que sostener bolsas de regalos, ofrendas de admiradores que no quieren nada de él; al revés, quieren que se lleve algo de ellos. Libros, revistas. Una remera celeste con la cara de Bolaño. Parece talle S, o M como mucho. Zambra promete que le va a entrar, que justo está pensando en hacer dieta. Corre ancho las mesas y las sillas para pasar. Enfila para el fondo. Lo seguimos con la sospecha de que el movimiento alertó a los distraídos, que cogotean hacia el líder de la fila. Alcanzan a oler la estela de frambuesa pero ya es tarde. Se acaba de cerrar el portal.
Lo que seguirá dentro de unos minutos: personas que se apelmazan. Casi todas son mujeres. Transpiran mucho porque diciembre está obsesionado con esta ciudad. Ya no usan barbijos. Tampoco hay alcohol en gel. Zambra -hincha de Colo- Colo, nacido en Santiago de Chile el 24 de septiembre de 1975- lanzará verdades desde una mesa de madera. Escuchará a todos los apelmazados que se acerquen. No adelantará nada del libro recién terminado. Será -hasta el momento- la última vez que visite Buenos Aires. Y volverá a la Ciudad de México lo más rápido que pueda para hacer lo que realmente quiere hacer, reencontrarse con la mamá de Silvestre y con el hijo de Jazmina.
3.
De este lado de la pantalla, Ciudad de Buenos Aires; del otro lado, Ciudad de México. Primero su cara: está sitiada de pelo; abajo por una barba rala de algún tiempo, digamos cinco días, una mañana, y tres horas; arriba por mucho cabello, ondulado, negro, que le recorta la frente y le tapa las orejas. Detrás de todo ese caudal capilar, al fondo de la pared, hay libros acomodados -y repetidos- en una biblioteca ancha como un abrazo. Pegado, un escritorio de madera. Hacia ahí va Zambra cuando fracasa su intento de reparar el sonido del google meet.
Busca cosas, revuelve. Su metro ochenta supera la altura de la biblioteca, que parece ser la segunda o quizá la tercera en jerarquía dentro del departamento que comparte con su mujer y con su hijo. Una biblioteca del aguante, no de exhibición. Una biblioteca del ascenso. Vuelve con auriculares inalámbricos. Al costado izquierdo de la pantalla, entre su cara y los libros, asoman los cuernos de una bicicleta fija. La suele usar mientras mira los partidos de Colo-Colo. Practica una rutina propia: acelera o desacelera el pedaleo de acuerdo a quien tenga la pelota. Si la lleva un delantero rápido como Pablo Solari pedalea rápido; si la tiene un volante cansino, pedalea como si estuviera paseando. “A veces hay jugadores demasiado veloces y no consigo estar a la altura”.
«Hay dos tipos de escritores. Los que escriben libros y los que construyen una obra. Zambra no es un escritor de libros. Tiene una obra en mente y va haciendo uso de ese gran universo a medida que lo necesita».
Pero Solari no está más en Colo-Colo y el equipo lo extraña. Y Zambra también. “Anoche perdimos 2 a 0 con Boca por la Copa Libertadores. El equipo no viene bien pero el primer tiempo lo jugó bien y nos ilusionamos. Al final lo perdimos por ingenuidad. El segundo gol lo regalamos; no estuvimos a la altura del talento histriónico de los equipos argentinos”.
Zambra ya no tiene que esconder su amor por la pelota como cuando, de joven, se armó de un personaje para seducir a una chica que odiaba el fútbol. Un fragmento del capítulo Introducción a la tristeza futbolística, ochenta páginas antes del final de Literatura Infantil:
– Uf, a mí, personalmente, el fútbol siempre me ha parecido algo muy estúpido -le dije, con persuasivo cinismo-. ¡Si son nueve imbéciles corriendo detrás de una pelota!
– ¿No eran once? ¿Once por lado, o sea, veintidós?
– La verdad, no tengo idea -seguí, inspirado-, soy muy inculto en fútbol, nunca he visto una función de fútbol.
– Un partido.
– Eso, un partido
Es ficción y no es ficción. Literatura Infantil es una carta al hijo y una crónica sobre el padre. Es un relato sobre su propia infancia y un tratado sobre la infancia. Con huellas que atraviesan Poeta Chileno y Tema Libre, Zambra atenta contra los tabiques de la literatura convencional para construir un libro que cautiva como una novela sin ser una novela.
4.
En Poeta Chileno, Gonzalo se indigna al no encontrar otra palabra en español que no sea padrastro o hijastro para definir la relación que tiene con Vicente, el hijo de su novia. Busca en otros idiomas, inventa fórmulas de sentido. Finalmente, se rinde. En Literatura Infantil el protagonista se adueña definitivamente del lenguaje. Zambra se da cuenta de que su hijo es resistente al “no”. Llora. Lo combate. Entonces crea una palabra. Un “no” prístino, sin uso, un “no” cero kilómetro. La palabra va a ser “ne”. Cuando Zambra diga “ne”, Silvestre responderá como un soldado de la alegría, disciplinado y sonriente.
“Los papás somos muy sensibles a lo ejemplar, a lo que hay que hacer y lo que no con nuestros hijos. Ante una situación, puede haber tres amigos con hijos que te digan tres cosas distintas y a los tres les haya funcionado. Es un espacio donde hay muy poca orientación real; lo único que hay son manuales de autoayuda. Una sobrevida que yo quisiera para este libro es que llegara a alguien que quisiera tener una idea sobre la paternidad ajena. Porque está a punto de ser padre o se quiere imaginar cómo es; hombre o mujer. Quería salir un poco de la literatura pero desde la literatura”.
5.
Conferencia de prensa de Gustavo Quinteros, técnico de Colo-Colo, al final del partido con Boca. “Regalamos el segundo gol, una jugada infantil donde perdemos una pelota que hay que rechazar”. Zambra cita la frase de Quinteros para graficar una de sus tesis de Literatura Infantil.
“Se usa la palabra como un insulto. Y la literatura tiene la dimensión de apelar completamente a eso. En el fondo queremos recuperar algo que en los niños es natural y luego pierden; ese momento divertidísimo en el que están aprendiendo a hablar y hay pura poesía. Tienen pocas palabras y las mezclan para generar otras palabras y las inventan; eso se parece tanto a lo que hace una poeta, a lo que intentamos hacer con el lenguaje, a los efectos que intentamos generar”.
6.
La noche avanza sobre el cielo de Santiago de Chile. En el coqueto barrio Las Condes, un grupo de personas canta el himno nacional en la puerta de una casona. Levantan banderas chilenas. El grupo aumenta de tamaño a un ritmo viral. En pocos minutos ya serán más de 200. Algunos llevan puestas remeras con el escudo del Capitán América, símbolo del Partido Republicano de José Antonio Katz que acaba de salir primero en las elecciones para redactar la nueva constitución. Es una derrota brutal para Gabriel Boric. Para toda la izquierda chilena. Para todo anti fascista.
Zambra escucha las noticias desde México. Primero siempre la radio; después los portales de los diarios y de los canales de noticias. La desesperanza recorre los mensajes de whatsapp con sus amigos, sus colegas, la familia. El 11 de marzo del año pasado Boric juró como presidente. Todavía retumbaba el eco del movimiento social que en 2019 incendió el país como nunca antes. Ahora, un año después de asumir, pasó de la esperanza a la zozobra.
«Tiendo a pensar que una clave para entender lo que pasó y lo que está pasando y lo que pasará en Chile es justamente aquello de lo que nadie quiere hablar: la pandemia. La confusión entre gobierno y Estado, la obligación de confiar en autoridades en las que nadie confiaba, la distancia física, la ausencia de diálogo, los toques de queda, son cosas que sucedieron en todo el mundo, pero en Chile pasaron inmediatamente después de un momento crucial en que parecían haberse sincerado conflictos latentes hacía décadas. Y eso generó una fractura inmensa y mucha angustia, una forma específica y muy abigarrada de angustia”.
“Ojalá que escribir para todo el mundo fuera un hábito más que un trabajo. Suena muy ridículo cuando digo esto, pero es difícil que haga mal. Un ejercicio, en el mismo sentido que podría ser correr o hacer deporte”.
Zambra clava el ojo en el marco en el que comenzó a elaborarse el proyecto clave del gobierno de Boric. “La Convención Constitucional, por ejemplo, trabajó en pandemia, el borrador constitucional que los chilenos rechazaron tan enfáticamente, se escribió en pandemia. No digo que rechazaran en realidad la pandemia, pero de algún modo se rechazó una promesa que había dejado de tener sentido, porque la gente cambió mucho con esta experiencia. Yo creo que recién, en todo el mundo, por ejemplo, hay indicios de que estamos recuperando la capacidad de conversar.»
Es un referente cultural en Chile, pero vive a 7185 kilómetros de Chile. Esa distancia lo pone en un lugar incómodo y, por eso, aclara. “Hablo desde fuera, por supuesto, sigo los debates con ansiedad y la esperanza minada, porque este proceso actual me parece una parodia, pero bueno, estoy afuera, hay que estar ahí, hay que estar allá”.
7.
Una familia chilena se reúne a la hora del té en un barrio de la Comuna de Maipú, borde externo de la ciudad de Santiago. Alrededor de la mesa, la familia. Papá, mamá, el hijo varón y la hija mujer. Y Josefina, la abuela materna. En realidad no toman el té. O si, también. La familia se prepara para tomar La Once, una especie de picada vespertina que se come entre la merienda y la noche; entre dulce y salado, entre té, café y aguardiente. Y mucho pan, especialmente la marraqueta, un pan gordo de miga. Pasan las comidas. El aguardiente dilata la charla. En un momento, los chicos entran en alerta. Detectan la señal de la guerra que, lenta y metódica, comienza a carburar en las manos de la abuela. Sin bajar la mirada a la mesa, pellizca unas migas a la marraqueta y las hace girar y girar y girar. Los chicos y el resto de la familia también preparan las municiones.
En la superficie, la conversación sigue como si nada. Por debajo, la familia entera se prepara para una batalla. Para la guerra de migas, que estalla al primer misil lanzado por la abuela Josefina y durará horas entre gritos y risotadas. “En ese mundo tan ordenado, disciplinado, donde el papá hablaba y había que callarse, mi abuela iniciaba un carnaval. Gracias a ella empecé a escribir desde muy chico. Nos decía, a mi hermana y a mí, tengan un diario de vida, expresen lo que sienten. Y nosotros jugábamos a eso. Entonces para mí, escribir fue siempre un juego, un hábito”.
En Zambra, el juego de la escritura se puede poner metódico y hasta disciplinado, pero nunca serio. “Ojalá que escribir para todo el mundo fuera un hábito más que un trabajo. Suena muy ridículo cuando digo esto, pero es difícil que haga mal. Un ejercicio, en el mismo sentido que podría ser correr o hacer deporte”. Zambra puede ser pastel, pero jamás solemne. “Esa noción ridícula, cursi, de que el papel aguanta todo, para mí es una verdad absoluta. Todas las crisis de la infancia y de la adolescencia las afronté con papel y lápiz”.
8.
El saco rayado como tanguero de arrabal. La bufanda gris pegada al cuello. Andrés Braithwaite abre la caja de Kent apenas se sienta. Fuma un cigarrillo a la mitad y lo aplasta rápido contra el cenicero. En un rato va a hacer lo mismo con otro, otro y otro y otro. Este no es un bar de Providencia, en Santiago, donde se lo suele encontrar, sino un bar en Palermo, Buenos Aires. Está de paseo pero está trabajando. La onda expansiva de la pandemia habilitó su trabajo remoto y Braithwaite se toma el concepto con seriedad. La página de Cultura de Las Últimas Noticias -propiedad de El Mercurio- puede ser farandulera pero no puede esperar. Desde las primeras reseñas firmadas por Zambra en 2002 hasta ahora, Braitwaite vio de cerca todo su trabajo. Quizá como nadie.
“Hay dos tipos de escritores. Los que escriben libros y los que construyen una obra. Zambra no es un escritor de libros. Tiene una obra en mente y va haciendo uso de ese gran universo a medida que lo necesita. Por eso todos sus libros se entrelazan, están conectados entre sí”.
Dice de sus libros:
Bonsái (2006), una breve y violenta ventolera.
La vida privada de los árboles (2007), poesía pura.
Formas de volver a casa (2011), una lluvia tan inesperada como persistente.
Mis documentos (2013), una serie de afectuosos portazos.
Facsímil (2014), una maravilla trágica.
Poeta chileno (2020), una novela generosa, cálida, inusual hasta en su manera de ser novela: una novela de veras importante.
Braithwaite traza una guía a mano alzada del archipiélago Zambra. “Resulta sorprendente que Facsímil y Poeta chileno -que son libros tan disímiles, tan diversos- hayan sido escritos por el mismo autor. Son, a mi juicio, los mejores de Zambra, sin contar su libro de poemas Mudanza, que también entronca con ellos más de lo que pudiera parecer en una primera leída. Si Facsímil y Poeta chileno se leen con buena voluntad, te das cuenta de que el nihilismo amargo de Facsímil y la singular calidez de Poeta chileno tienen conexiones muy potentes y profundas”.
– ¿En qué tradición se inscribe su obra?
– En la tradición de los escritores que hacen lo que quieren.
– ¿Cómo es la experiencia de editar sus textos?
– Él siempre sabe lo que quiere, pero sobre todo sabe lo que busca. Y está inclinado a escuchar, cosa hoy en día bastante rara. Pimponear sus textos con él es un placer. Es cierto que también hemos peleado a la hora de ajustar palabras, frases o párrafos, eso no se puede desconocer. Poco, pero hemos peleado, y en cualquier caso no es aconsejable pelear con él. O sí.
El editor también conoce a la perfección el trabajo de Bolaño. Por eso cree que la comparación que se suele hacer con Zambra es demasiado literal. “Claro que está atravesado por Bolaño, pero más que eso diría que Zambra lo metabolizó a la perfección. Me parece que en su escritura han influido harto más autores como Coetzee y Bove,o Natalia Ginzburg, Buzzati y Tanizaki, o poetas como Vallejo, Emily Dickinson, Millán y su amigo del alma Anwandter”.
Mientras se termina de armar este texto, la editorial Gris Tormenta se prepara para sacar a la calle un nuevo libro de Alejandro Zambra. Tiene cincuenta páginas y una particularidad. O, mejor, una costumbre, un acto reflejo en su obra. Como lo acaba de hacer en Literatura Infantil, en Un cuento de Navidad Zambra vuelve a sostener al género literario del tronco y lo zarandea como un oso cuando quiere que su presa caiga de las ramas y se transforme en alimento. Es un relato de ficción, basado en un personaje real que atraviesa hechos reales. Un personaje real que interviene el texto y convive, por momentos, con el personaje de ficción. Es un juego, preciso y divertido, entre Zambra y Braithwaite. Es un homenaje circular, del escritor al editor y del editor al escritor; una ofrenda de amistad por soportarse durante más de veinte años. Es, en definitiva, una historia de amor; por los libros, por la escritura, por la lectura.
9.
La década del 80 termina en Chile con el mismo dictador. El Instituto Nacional -formador de presidentes (Salvador Allende, Ricardo Lagos y otros)- inicia un nuevo ciclo lectivo. Para los chicos de 12 años es un año diferente; empiezan una nueva orientación que marcará el resto de su educación. Entre ellos hay un chico triste. El olvido de una secretaria. La distracción de un auxiliar. Un error administrativo. Algo -o todo- lo sacó del curso que había elegido para seguir junto a sus compañeros y amigos, los integrantes de Post Data, un grupo incipiente pero con voluntad para la afinación. El chico, guitarrista de la banda, recibió la noticia en un estado paralizante, entre la sorpresa y el horror. Su curso asignado no es Música -como descontó que sucedería- sino Artes Plásticas, de las que es un precario ejecutante. Y ahora está acá, a punto de entrar a su nueva aula; solo, tan lejos de sus amigos que siente haber cambiado de colegio. Los primeros días lo supera la nostalgia.
Zambra vuelve a sostener al género literario del tronco y lo zarandea como un oso cuando quiere que su presa caiga de las ramas y se transforme en alimento.
Usa el tiempo de los recreos para cruzar el edificio y saludar a sus antiguos compañeros del Séptimo O -promocionados ya al Octavo M- pero apenas le alcanza para un abrazo que ya tiene que volver corriendo hasta la otra punta y reintegrarse a su curso oficial, el Octavo B.
Se da cuenta de que seguir perteneciendo al mismo grupo de amigos es una empresa inviable. Tiene que hacer algo. Habla con el rector. Intenta convencer a las secretarias. Arremete con el reclamo. Está decidido a irse de Artes Plásticas. Hasta que sucede, otra vez, algo insólito. Algo que, en el Instituto Nacional, con más de tres mil alumnos y cientos de profesores, es imposible: la continuidad de los mismos profesores. Entonces un día -un día más lejos de la música y los amigos- la ve entrar: Elizabeth Azócar, docente de Castellano del año anterior.
Durante Séptimo la amó por su entusiasmo con la literatura y, sobre todo, por su incitación a la escritura. Estaba seguro de que no se repetiría. Y ahora, mientras sus viejos compañeros y amigos de Posdata la ven pasar de largo, él la vuelve a tener enfrente. Azócar tiene la costumbre de hacerles escribir a sus alumnos, al menos dos horas a la semana. Y el que quiere puede pasar al frente y leer sus textos. El chico está otra vez entusiasmado. Nadie la conoce como él en el curso de Artes Plásticas. Tanto que, en una clase, levanta la mano para avisar que escribió. Pasa al frente y cuenta esta historia. Sus compañeros se divierten con el relato.
– ¡Quédate!, insisten. ¡Quédate! Zambra dice que, ese día, debutó como escritor.
Fuente: (Revista Anfibia)