El índice de inflación de marzo alcanzó un nivel inesperado, debido a un conjunto de factores entre los cuales sobresale la instalación de un clima de creciente incertidumbre entre los distintos agentes económicos.

Por Carlos Heller

En ese marco, se advierte la especulación de ciertos sectores, fogoneada por los principales medios de comunicación.
Vale recordar que este último miércoles uno de esos medios se adelantó a plantear una situación preocupante. «Se aceleró en la primera semana de abril el ritmo de remarcación de precios», indicaba.
El 25 de marzo pasado, uno de los diarios de mayor circulación argumentó que las empresas que precisan materias primas o insumos externos estaban cargando en sus precios de venta al mercado interno un dólar a 450 pesos (más del doble del valor del tipo de cambio oficial, que es por el que importan). Según el artículo, ese comportamiento se debía al plazo transcurrido (270 días) entre el momento en que solicitan la licencia hasta que obtienen la autorización para el embarque. Debido a ello las empresas trasladan a sus precios los valores de los mercados de futuro.
De este modo, la cobertura «por las dudas», con la aplicación arbitraria de la lógica del costo de reposición, colabora con la idea de obtener la máxima ganancia.


Es evidente que no existen razones objetivas para que los bienes que se venden ahora (cuya autorización del componente importado se solicitó 270 días atrás) coticen a un valor del dólar distinto al de pago en el mercado de cambios.

Otro medio de prensa, especializado en economía, le preguntó a consultores privados por qué no se verificó una baja de la inflación si la brecha cambiaria entre el dólar oficial y los financieros cayó en los últimos meses. El problema, se argumentó, es que el dólar oficial está atrasado y eso motiva la inflación por expectativas de una posible devaluación. Lo cierto es que esos temores no tienen sustento, ya que el tipo de cambio real multilateral mantiene su competitividad, incrementada desde septiembre pasado.
Mi explicación es que si la inflación sube con el aumento del dólar ilegal o el financiero, pero no cae cuando estos últimos lo hacen, la razón de fondo radica en la puja distributiva.


Resulta evidente entonces la intencionalidad política y el acto de irresponsabilidad de los sectores que tratan de instalar la idea de que hace falta una gran devaluación (a veces aluden al término «simplificación del esquema cambiario»), ya que impactaría negativamente en los ingresos reales de la población.


Hay que recordar lo ocurrido en 2016, apenas asumido el Gobierno macrista, cuando la devaluación se tradujo en una aguda recesión y en un fuerte salto de la inflación.


Hoy, ante un contexto de gran complejidad, las grandes definiciones de política económica no pueden quedar en manos de los mercados y de quienes prometen supuestas soluciones a través de un fuerte ajuste. 

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